Sergio
Ramírez Mercado
Un rumor subterráneo pregonó un día por
la ciudad capital que una junta de médicos norteamericanos llegada secretamente
al país para tratar a S. E. le había desahuciado al encontrar que padecía de un
cáncer de la peor especie, noticia que provocó urgentes y sucesivas reuniones
de los jefes de la oposición, quienes resolvieron alborozados cumplir con su
deber de hacerse cargo del gobierno de la República al nomás producirse el
desenlace fatal, y para este fin se repartieron de antemano entre ellos los
ministerios de Estado, magistraturas, embajadas, aduanas y demás cargos
públicos.
En previsión de un repentino anuncio de
deceso, los jefes de oposición decidieron, por otra parte, permanecer día y
noche con sus trajes de ceremonia puestos, a fin de no causar atraso en los
actos de toma de posesión y las esposas de aquellos que se contaban entre los
más prominentes se ocuparon en coser hermosas bandas presidenciales, por si la
suerte.
En tal espera se pasaron tantos años,
que ya en su ancianidad los jefes opositores sobrevivientes se preguntaban,
aún vestidos de etiqueta, si aquello no sería a la postre una estratagema más
de S. E. que con el rostro monstruoso por la carcoma del cáncer y escupiendo
sangre entre las barbas seguía yacente en su lecho de muerte rodeado de sus
médicos norteamericanos, enfermeras y edecanes, amarillo y huesudo entre los
santos, los rezos y los cirios pero temible e inmortal, ordenando muerte,
cárcel y destierro contra todo enemigo sin frac.
(Tropeles y Tropelías, 1971)
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