Fernando Silva
Mi tía Evangelina, me comentaba mi compadre Félix López que era una vieja
embelequera; así, como si se tratara que ella fuera como un cuento.
Ella y mi otro tío, tío Ramón, siempre estaban ahí los dos juntos. Un día
mi tío Ramón se enfermó él. Un médico que lo vio le dijo que en verdad lo veía
mal y que debía de cuidarse mucho.
–¡Qué vaina fue eso para la tía…!
Me dijo el compadre Félix que eso les había preocupado mucho; pero hasta
ahí, pues.
Como en otros días esa vez a la hora del almuerzo, tío Ramón, como lo hacía
siempre se sentó a la cabecera de la mesa.
En un plato hondo se sirvió primero unas dos cucharadas de sopa de carne
con yuca, dos tucos de quiquisque, culantro y también un huesito carnudito;
luego en otro plato tendido se puso una ración de arroz, frijoles y unos dos
pedazos de maduro frito.
Cuando se acercó la tía le dijo que no se olvidara del “guiso de pipián”
que le había encargado.
Tranquila, la tía Evangelina se fue a la cocina a ver, y ahí se tardó
porque tuvo que calentar el “guiso de pipián”, aunque de todas maneras se le
olvidó ponerlo, porque además le faltaba traer algún bastimento; pero lo peor
fue que al llegar a la mesa donde estaba comiendo el tío Ramón lo halló al
pobrecito tronchado sobre la mesa.
Dice mi compadre Félix que cuando la tía lo vio se asustó mucho, levantando
los brazos afligida y diciendo que eso le dolía muchísimo en el alma, y me
agrega mi compadre Félix que así como estaba la tía Evangelina de atribulada le
gritó al compadre:
–¡Qué triste es esto de Ramón, compadre Félix…; pero sobre todo me duele y
lamento mucho el cuento de que el pobrecito de Ramón no se haya podido dar el
gusto de comerse su “guiso de pipián”.
16/Junio/2013.
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