Fernando Silva
-¡Eh
-Chicó Chicóoo!
El
viento soplaba fuerte sobre el cañal
-¡Eih,
Chicó Chicóoo!
El
muchacho volvió a gritar con toditas sus fuerzas.
El
hombre hacía ya rato que se había zambullido en el agua y buceaba entre las
piedras, cangrejos de esos coloradotes.
El
muchacho gritaba porque había divisado un lagarto que venía boyando como una
tabla.
Chico,
el hombre que estaba en el agua no oía los gritos, y el muchacho afligido se
rajaba llamándolo.
-¡Eih,
Chicó Chicóoo!
En
eso, Dios que es tan grande, el hombre salió o coger aire.
-¡El
lagarto! ¡El lagarto! -le gritó el muchacho.
El
hombre volvió la cabeza y vio ai nomasito al animalote que hasta que tenía
lamosa la corroncha el bruto. De un brinco el hombre agarró una piedra y desde allí
cogió la orilla.
El
lagarto sonó las tapas en el aire y se zambulló haciendo un gran remolino de
agua.
-Qué
desgraciado! -gritó
Chico- casi me harta el
hijuepuerca.
-Yo
desde qué años que te estaba grita, que grita -le dijo el muchacho.
-Qué
desgraciado! -dijo Chico- ahora ya no sigo, me dejó incómodo,
mejor nos vamos. No vaya ser que vuelva el carajo.
Recogieron
todo lo que andaban, hicieron una sarta con los cangrejos que agarraron y se
vinieron en el bote para la casa.
Ya
era de noche, el río había llenado su poquito porque la corriente estaba fuerte.
Cuando llegaron a la casa estaba oscuro. Un perro latió de largo.
-¡Juaná!
-grito Chico.
-¡Qué
jué! -le contestó la mujer de adentro.
La puerta se abrió y apareció la mujercita con un candil.
-¿Agarrastes
algo? -le preguntó cuando arrimó.
-Esto
-le dijo Chico, enseñándole la sarta.
-Y
para eso tanto tiempo?
-Que
acaso los tengo amarrados ai pues –le dijo Chico mientras se apeaba del bote.
-Andaba
roncero el largarlo -dijo el
muchacho.
-¡Mentiras!
-exclamó la mujer- solo para cuentos
sirven. Si este hombre solo para inútil es bueno, habilidad debiera de
tener para agarrar pues el lagarto, que hasta pagan bien el cuero.
-¡No!
-dijo Chico
-No, qué? -se le encaró la Juana- si sos muy ceboso, ¿qué cres que yo te voy a
dar de hartar toda la vida? Hasta aquí me tenés, yo no sé por qué no cogés tu camino junto con este vago de tu
hijo, que para nada sirve tampoco.
El
indio no le dijo ni una palabra. Entró a la casa y sacó un palito del cocinero para encender el puro.
El muchacho se fue a un rincón a dormir y
el indio se fue para la calle.
La
cantina del indio Lucas quedaba cerca de la casa de Chico, como a unas dos cuadras y se veía desde largo una
lámpara que parpadeaba en la salera de la puerta. Chico se metió a la cantina y
no había entrado, cuando se encontró
con el compadre Julián, un viejo que tenía fama de bochinchero y no
había sábado que no llegara donde Lucas -a alegrar la vida- decía el compadre
Julián.
-Y
diay compadre Chico y cómo
le va? –le dijo Julián saludándolo
-Pues bien, compadre.
-Como
que lo veo triste.
-No,
compadre
-No
me diga a mí que no y venga para acá.
-Eih,
Lucas! -le gritó al cantinero- servime dos de a treinta.
-¿Me
quiere acompañar? -le preguntó a Chico.
Chico
le meneó la cabeza y los hombres se arrimaron
al mostrador.
-Y
cómo va la pesca, compadre -le preguntó Julián.
-Está
mala, compadre.
-Y
qué será?
-Pues
quién sabe
-Pues
a mí, compadre, ai trabajandito. Y por qué no ha llegado a verme?
-Por
ai llego de repente
-Lo espero, compadre, pero me avisa para alistar un
chancho.
-Bueno, compadre.
-¡
Eih, Lucás! -le dijo al cantinero –servime dos más, pero de los grandecitos.
El
cantinero vació una botella en los vasos y los hombres se los empinaron como si
bebían agua. Había bastante gente en la cantidad de Lucas, era sábado y había
llegado ese día la lancha al Puerto.
Por
todos lados se veían las caras de los marineros y de los pasajeros. Iba haber
bailadera. Una victrola de valija chillaba, y entraban las mujeres, cada una con
su jaño. A Chico se le voltió el alma cuando vio entrar a la Juana agarrada del
brazo con Luis Ponay, el Contramaitro del Vaporcito.
Ya se decían cosas feas de esa amistad y parecía que Chico se hacía el chacho.
-¡Qué
desgraciada! -se dijo
Chico entre los dientes.
-No
se deje chamarrear compadre -le dijo Julián.
Chico
no le contestó, estaba que tragaba gordo. La mujer pasó junto a él y ni lo alzó
a ver.
-¡Oye!
-gritó Julián otra vez- servime dos medias
más. Los hombres volvieron a beber sin decir ni media palabra.
La
gente ya estaba bailando y se le oía a la victrolina una voz de chicharra.
En eso estaban cuando se les acercó Luis Ponay, el hombre que hacía ratito había
entrado con la Juana, y picándoselas de gallo, le dijo al cantinero Lucas
-Vea, maitro, sírvales a mis compañeros que yo pago.
A
Chico se le heló la sangre, pero se quedó quieto.
Chico
era hombre, también sabía que Luis Ponay era hombre duro, y que además tenía su grano de mai encima, pero Chico
tenía su plan ya lo había discurrido.
Lucas había servido tres tragos.
-Salud!
compañeros -dijo Luis Ponay, dirigiéndose a ellos.
-Que
se lo trague su madre -le gritó el compadre Julián botando el guaro al suelo-
yo no necesito que me den tragos, para eso
tengo.
-Oiga,
viejo no se fíe me oye? -le dijo Ponay a Julián- Mida lo que dice, que cuidado lo hago parar
las patas.
El
compadre Julián se le
fue encima, que hasta que echaba espuma, pero Chico se metió entre los dos para
que no pelearan,
desapartándolos.
-Si
es por usted que lo hago, compadre –gritó Julián- que no ve que este sinvergüenza le está que
mando a usted los
caites con la mujer?
-Ella
es mi amiga -dijo Luis Ponay.
El guardia se acercó en ese momento y cogiendo a Julián del brazo se lo llevó
para afuera.
Chico
andaba sesereque de guaro. Se fue a sentar a un taburete y se hizo el tronchado.
La
gente seguía bailando. Chico desde donde estaba divisaba a la Juana que ya
andaba mariadita con el otro hombre.
Al
rato los vio salir juntos y los fue siguiendo con la vista hasta perderlos en lo oscurona. Todavía la gente
bailando con la victrolita que que tocaba una musiquita entre los dientes.
Al
día siguiente Chico se hizo el tonto. La Juana amaneció en la caso como si nada, Chico le tenía asco.
Como
al medio día, Luis Ponay y Chico se encontraron otra vez.
Luis
Ponay se hacía también el tonto y Chico se lo notó. Luis Ponay lo saludó y
Chico también lo saludó. Entonces se pararon a platicar.
Hablaron
de esto y de lo otro, que aquí y que allá, hasta que Chico buscó con modito en
la conversación
convidar a Luis Ponay para
ir esa misma tarde a coger unos cangrejos al bajadero. Luis Ponay le dijo
que bueno.
Luis Ponay no le tenía miedo, Luis Ponay era hombre duro. Chico alistó el bote
temprano y le dijo al muchacho que se
trajera sus trapos porque ya no volvían. El muchacho no dijo nada.
Los dos hombres y el muchacho salieron como a los tres de la tarde. Ambos
hombres llevaban una cara rara,
perecían dos perros. El sol estaba todavía bien fuerte y los hombres iban sudando.
Chico era distinto en el río, esa gente así es, como que se cambian en el agua,
como si la espesa y verde montaña y el silencio enorme del río les pusiera el
alma en otra parte.
Los hombres anduvieron bastante rato.
Ya
de tardecita llegaron al bajadero. Se oía el golpe del agua en la orilla y las
chicharras en las ramas.
Todo
aquello le extrañaba mucho al muchacho. Chico se le acercó y le dijo que no
dijera ni una palabra. El muchacho entendió y sintió miedo.
Los
hombres se apearon del bote, lo amarraron en una rama, se desnudaron y fueron entrando al agua poco a poco.
Luis Ponay no tenía miedo, conocía el río como sus
manos y se refundió con confianza.
Comenzaron a sacar cangrejos, ya tenían bastantes y entonces Chico se salió afuera y le dijo al
muchacho que fuera adentro del monte a cortar unos bejucos para enganchar los
cangrejos. El muchacho cogió el cotillo y se metió en la montaña.
El
río estaba bien serenito había un gran silencio. Se oía el agua pegar contra
las piedras y las zambullidas de los hombres.
La
claridad era muy poca pero el río reflejaba todavía bastante. Chico de repente
se puso listo, ya había divisado lo que esperaba el lagarto. El animalote venía
quedito, orillado entre unos grandes gamalotes, venía que hasta que echaba popitas,
no hacía ruido. Luis Ponay estaba de espaldas. El animal se quedó parado a la
orilla de un tronco, Chico lo estaba viendo y se hacía el que buscaba cangrejos
entre los cacastes de piedras.
Luis
Ponay salió a coger aire.
-Aquí
tengo una pareja de mueludos -le gritó a Chico.
-Aquí
tengo yo otra -le contestó Chico. El lagarto se había refundido y había pasado debajo
del tronco. Luis Ponay volvió a sacar la nariz para coger juelgo y se volvió a
meter.
Chico
sintió al muchacho que venía. El lagarto ya estaba cerquita. Chico se salió en carrera, el muchacho había
visto el lagarto y antes que gritara, Chico le tapó la boca con sus manos. Se
oyó el grito horroroso del hombre, Chico alcanzó a ver al hombre todavía entre
las tapas del lagarto mientras una mancha de sangre quedaba encima del agua. La
noche había entrado. Oscuro estaba el río y la luna chiquita.
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