27 de enero de 2016

Western eyes

Rodrigo Peñalba Franco.

Western Eyes vive en Bristol. No tiene domicilio ni dormitorio, ni se le ha visto dormir, nadie supone que lo haga, o que tenga una cama, o al menos un techo. Pero vive en Bristol, igual que el río Avon. Es británica.
 
El Avon tiene meandros, que es lo más cercano a conseguir que éste fluya a la inversa, y de hacerlo, el río se llamaría Nova, no Avon. Incluso ha logrado dividirse en dos secciones mientras cruza Bristol, The Oíd Cut, y The New Cut, pero la novedad no estriba en que fluya contra naturae (lo cual no hace), sino en la sana costumbre que tiene la gente de nombrar a los objetos tal y como la percepción les permita. Mera convención. The oíd cut fluye a través del centro histórico, justo frente al Castle Park, The Oíd Market, The Oíd City, bordeando Queen Square. Western Eyes jamás es vista por esos lados. Dígase lo mismo de la estación de tren, o del aeropuerto. Vive de noche, entre bares hacinados en sótanos y baños públicos devenidos en moteles. Sin ley ni norma, entropía pura, el estado natural de las cosas. Es del New Cut, Temple way con Redcliffe Way, conectando de Redcliflfe Hill, Clarence Road, The York Road, del centro, pero subterránea, bajo los puentes, en la calle, la alcantarilla también.
 
En verano Bristol se encuentra visitada por miles de familias celebrando su estatus social. Consumismo absoluto y sin restricciones, vacío. La excusa del Brit Pop, having sex with common people, like you. No las soporta. Western Eyes se detiene en verano, y piensa que puede revertir el curso del río nadando contra el río, contra ella misma. Deshacerse de ellos. Si detuviera al río aunque fuera unos minutos, piensa, podría hacer desaparecer a Bristol. Eso cree ella, es certeza lo que tiene, pero no lo sabe. Tiene fe, pero no certeza. Sin embargo, tiene razón, si nadara hasta detener el río, Bristol dejaría de ser. La ciudad, piensa Western Eyes, ha muerto hace mucho, sin saber que es cierto. Se sienta, observa los puentes sobre el Avon, las líneas férreas seguir, seguir más, y las carreteras llegar de todos lados, enumeradas y dibujadas en mapas para que todos vengan a ver, a comprar, a hacer lo mismo que hacen en sus casas, en Bristol, ellos los automáticos. La ciudad toda está anunciada y puesta en fotografías. Hasta uno mismo quisiera vivir en esas fotografías. Bristol, piensa Western Eyes, tiene río todavía porque es demasiado grande para quitárselo. No hace falta robarse el río si se toma al tráfico del mismo; digamos, a como Liverpool y Glasgow se quedaron con el negocio de esclavos, por el que ahora ahí tantos extranjeros.
 
El estado natural de las cosas es una apreciación de Western Eyes, pero es la verdadera. La clase media imita y vive de la imagen. La clase media se mofa de los desamparados haciendo obras de caridad. Proletarios de alto poder adquisitivo, comunistas criados en París. Bristol es la clase media. Un zoológico, 300 especies drogadas para entretener.
 
La clase media olvida en Bristol, clase media convertida en souvenir, divisa de cambio. La carne blanca sabe mejor.
 
El estado natural de las cosas tiene un cielo de color gris que entre los ingleses es llamado azul. Entre la gente camina, piel gris ojos huecos, Western Eyes. Fuma y respira por los poros, anfibia. El sistema nervioso le ha crecido en pelo negro azabache. Cuando habla no hay sonido, pero es escuchada. Su cuerpo absorbe la vida de quienes ella deje que jueguen con su entrepierna. Las fantasías de soles de medianoche y alucinaciones con mariposas de concreto ya no sorprenden. Tampoco sus amantes. Los devora uno a uno, tirando los restos en bolsas plásticas en desagües de alcantarilla. Guarda los cráneos. En Western no hay alma, pero si deseo, urgencia por revertir el Avon. Podría construir una presa con los cráneos, desviar el río sobre la ciudad, anegarla, lograr que el agua se estanque y se pudra, borrando a la ciudad, sedimento que se lleva la corriente. Hundirse en el fango, descubrir su piel entre el lodo y respirar del sol que juega entre sus dedos. Es un fango extraño, sucio; lleno de sedimentos industriales arrojados al río y restos de británicos deshechos entre sus dientes.
 
El futuro es fango, y nosotros seremos cadáveres apilados unos sobre otros. Seremos nada, aún más nada que ahora pensamos ser. Western devorará a todos los británicos, cráneos para su colección. La salvación de todos es Western Eyes. Ella se detiene y observa, nada más lo hace, solamente sigue, como sedimento, corriente abajo, al olvido.

Libro de cuentos Holanda /1ª. Edición/Managua 2006

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