Rodrigo Peñalba Franco.
Ladrillos rojos de arcilla amanecen en la terraza frente una playa gris. Sillas y
botellas duermen unas sobre otras con los cuellos volteados y las patas al
revés, puertas abiertas y licor reflejando el cielo tapado de nubes, el sol
detenido a la vuelta del horizonte. Discos rayados apilados como porta-vasos de
hielo derretido y cansancio. El agua turbia de la piscina mantiene a flote a
uno de los malos de la película. El agua turbia oculta al machete que está en
el fondo. Los buenos llegaron con sus manos y trabajaron para los malos.
Hicieron los trabajos sucios y cobraron salarios. Los malos se quedaron con la
ganancia y una casa llena de lo mismo. El viento toca las cortinas y las
desvía, apenas puede. Un olor a ropa mojada, agua que corre, se escucha allá
adentro. La cocina está triste, ¿qué tendrá la cocina? Gabinetes vacíos y
platos rotos llenos de sobras. Hay olor a gas. El celular no tiene señal. Arena
y hojas secas caminan por los pasillos tocando los bordes y mezclándose con la
tristeza de hamacas desocupadas. El mar está mudo, no se mueve. Uno de los
buenos escarba en busca de huevos de tortuga. Los malos no se dan cuenta. Las
malas tampoco. Este es un cuento con visión de género, pero aquí no hay buenas.
Uno de los malos fue tirado a una ducha. Una mala llegó por su cuenta buscando
follar. Otro filmó todo. Fumaron y rieron todos. El bueno llegó en la noche.
Llevaba un machete. El machete no se detuvo, todos corrieron. Ladrillos rojos
de arcilla amanecen en la terraza frente una playa gris.
Libro de cuentos Holanda /1ª. Edición/Managua 2006
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