27 de enero de 2016

La playa

Rodrigo Peñalba Franco.

Ladrillos rojos de arcilla amanecen en la terraza frente una playa gris. Sillas y botellas duermen unas sobre otras con los cuellos volteados y las patas al revés, puertas abiertas y licor reflejando el cielo tapado de nubes, el sol detenido a la vuelta del horizonte. Discos rayados apilados como porta-vasos de hielo derretido y cansancio. El agua turbia de la piscina mantiene a flote a uno de los malos de la película. El agua turbia oculta al machete que está en el fondo. Los buenos llegaron con sus manos y trabajaron para los malos. Hicieron los trabajos sucios y cobraron salarios. Los malos se quedaron con la ganancia y una casa llena de lo mismo. El viento toca las cortinas y las desvía, apenas puede. Un olor a ropa mojada, agua que corre, se escucha allá adentro. La cocina está triste, ¿qué tendrá la cocina? Gabinetes vacíos y platos rotos llenos de sobras. Hay olor a gas. El celular no tiene señal. Arena y hojas secas caminan por los pasillos tocando los bordes y mezclándose con la tristeza de hamacas desocupadas. El mar está mudo, no se mueve. Uno de los buenos escarba en busca de huevos de tortuga. Los malos no se dan cuenta. Las malas tampoco. Este es un cuento con visión de género, pero aquí no hay buenas. Uno de los malos fue tirado a una ducha. Una mala llegó por su cuenta buscando follar. Otro filmó todo. Fumaron y rieron todos. El bueno llegó en la noche. Llevaba un machete. El machete no se detuvo, todos corrieron. Ladrillos rojos de arcilla amanecen en la terraza frente una playa gris.

Libro de cuentos Holanda /1ª. Edición/Managua 2006

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