Sergio Ramírez Mercado
Una vez Su Excelencia estuvo en el exilio antes de
tomar para siempre el poder y su fiel compañera tuvo que regresar al país,
enferma de ántrax, sólo para morir. El gobierno ordenó detenerla al bajar del buque
y fue llevada presa cubierta de cadenas a la ciudad capital, siendo encerrada
en una bartolina con las prostitutas.
La venganza de S. E., años más tarde, fue simple
como puede imaginarse; todas las esposas e hijas de sus enemigos políticos,
caídos a raíz del golpe de Estado que lo llevó al poder, fueron concentradas en
La Góndola Dorada, el prostíbulo más elegante del país y allí vivieron por doce
años, sin permiso de salir a la calle ni de ver a sus maridos y progenitores,
disfrazadas de odaliscas, envueltas en tules, sus cabezas coronadas con
diademas de fantasía, adornadas con perlas de Basora y chales de Lahore,
sentadas en divanes que semejaban góndolas y en tronos de papier maché,
con telones de fondo que representaban parques, boscajes y kioscos en noches
estrelladas, etcétera.
Durante todos esos años fueron obligadas a yacer en
sus cámaras orientales y tras los biombos chinos, con leprosos, tuberculosos, y
con todos los enfermos agónicos atacados de cólico miserere y vómito
negro que pedían como última gracia una noche en La Góndola Dorada, de modo que
muchas murieron allí, siendo sepultadas en el jardín de la casa, o mutiladas, con
hijos habidos de aquellas relaciones y sus lacras y
purulencias fueron ejemplos para las futuras generaciones y así evitar el
peligro que representa el atentar contra la virtud de una noble dama que fue
declarada mártir de la Iglesia, como dijo la prensa oficial, etcétera.
(Tropeles y tropelías)
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