Sergio Ramírez Mercado
a Samuel Rovinsky
a Samuel Rovinsky
Pasadas las ceremonias del día en que se le condecoró con la Orden Isabel la Católica en el Grado de Gran Comendador, S. E.
convidó a algunos de los circunstantes a acompañarle a Los Amores de Abraham,un selecto lupanar de su confianza, para celebrar la presea.
Avanzada la fiesta, y mientras se desgranaban las risas argentinas y tintineaban las copas de fino bacarat, por un apuro del cuerpo S. E. debió concurrir al retrete, y no bien se había sentado en la taza de china cuando debajo suyo se produjo el estallido de una bomba casera.
Avanzada la fiesta, y mientras se desgranaban las risas argentinas y tintineaban las copas de fino bacarat, por un apuro del cuerpo S. E. debió concurrir al retrete, y no bien se había sentado en la taza de china cuando debajo suyo se produjo el estallido de una bomba casera.
Sus guardias y edecanes, que acudieron corriendo al
lugar de los hechos, encontraron a S. E. cubierto de pólvora y con las cejas
ardidas, sosteniéndose los calzones del uniforme militar de gala con las manos
y vociferando frente a la puerta descerrajada, en medio de una humareda.
Las putas, músicos y cantineros fueron prendidos de
inmediato y los interrogatorios, que se iniciaron en el burdel esa misma noche,
dieron los indicios de una vasta conspiración, que para ser sofocada precisó de
la Ley Marcial decretada en todo su rigor y de la inmediata instalación de un
Consejo de Guerra que empezó a funcionar conforme al Código de Enjuiciamiento
Militar heredado de la antigua ocupación de los Cuerpos de Marina de los
Estados Unidos de América.
Fueron primeras en comparecer ante el Consejo de Guerra las mujeres de Los Amores de Abraham, que a preguntas del Fiscal Militar
implicaron gravemente a muchas de sus relaciones, entre las que se contaban
hijos de prominentes ciudadanos, quienes al ser llevados ante el Consejo
comprometieron con sus dichos a sus padres, y a otros ciudadanos no menos
distinguidos, todos los cuales fueron conducidos prisioneros, incomunicados, e
interrogados por la policía secreta, y sólo tras muchos días pasados a la orden
del Consejo de Guerra ante el cual hicieron revelaciones que daban mérito para
enjuiciar a familiares, vecinos, empleados, quienes al rendir declaración bajo
promesa de ley mencionaban como sabedores a los médicos que los curaban, los
que al pasar el interrogatorio no tenían más remedio que acusar sus conexiones
con otros pacientes, y estos pacientes sacaban a luz todo lo que sabían de la
culpabilidad de los abogados que les llevaban sus asuntos; y los abogados
mencionaron a otros clientes suyos, y estos clientes a funcionarios del
gobierno de S. E. cuyos testimonios conducían a la captura de militares en
servicio, a quienes se detenía en los cuarteles o durante el curso de un
arresto que ellos mismos andaban haciendo, y los oficiales confesaban cuán
comprometidos estaban parientes lejanos de S. E., que una vez presos dieron la
lista de los seudónimos que usaban para conspirar contra parientes
consanguíneos de S. E., que se sentaban con él en su misma mesa; y mientras las
cárceles siguen llenándose de gente que nunca él sospechara, S. E. viene
pensando que él también forma parte de la conspiración y que por lo tanto es
mejor declarar una amnistía general que cubra toda clase de delitos
atentatorios contra la seguridad del Estado y demás que les sean conexos.
(Tropeles y tropelías)
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