Ahorita
mismo estoy sentada en la sala de lectura de la biblioteca de una universidad.
Tengo a mi lado a Víctor Hugo, quien me está dando consejos sobre la nobleza y
el buen actuar... ¡Qué miserable me siento cada vez que lo leo...! Hace tan
solo unos segundos me encontraba absorta en la lectura, cuando alcé la cabeza y
mis ojos se postraron en los cuerpos desnudos que conmigo, comparten esta sala.
Sí, dije desnudos porque no sé dónde dejaron su ropa, no la traen consigo.
Delante de mí está un hombre moreno, de estatura baja y de nalgas irrisorias.
Diagonal a mi mesa está una muchacha delgada, que lleva puesta una falda
escocesa, una camisa vino tinto y el pelo recogido. Sus nalgas son tan pequeñas,
que parece que en realidad no tuviera. Se acaba de sentar en la mesa de mi lado
un joven apuesto, de tez blanca y de cuerpo delgado. Sus pechos los tiene
cubiertos de pelo en abundancia, de color café oscuro, casi del mismo color que
el pelo de sus genitales. Se entretiene con una hoja llena de números y otra hoja en blanco.
Está tan encorvado que parece más pequeño de lo que es. Al igual que él, todos los lectores que están en esta sala
parecen muy concentrados. Me pregunto si realmente lo estarán o su vista sobre los libros es una simple
excusa para pensar en otra cosa. A ninguno parece importarle estar desnudo porque
actúan de manera muy normal. Inclusive ahora estoy viendo al moreno que hace
tan solo unos minutos estaba sentado enfrente de mí, porque se acaba de
levantar de su silla a platicar con otros hombres. Su pene me ha decepcionado,
pero no importa, tengo donde escoger.
Lo que no
sé es porqué yo sí tengo conciencia que estoy desnuda. No me da mucha pena
porque veo que todos lo están, pero sí me siento muy extraña; no suelo venir a
las bibliotecas sin ropa. No sé si levantarme o quedarme aquí, leyendo como si
nada estuviera pasando. A decir verdad, la primera opción me gusta más, porque
no creo poder concentrarme en la lectura sabiendo que estoy desnuda. Además, ya
siento frío por el aire acondicionado. Sí, me voy a levantar y voy a salir de
la biblioteca, porque siento mis huesos helándose. Me levanto y camino en línea
recta. Bajo las escaleras y el panorama sigue igual: todos desnudos. Siento
pena,- mucha pena, sobre todo por el maldito complejo de mis senos pequeños. Ya
estoy en la puerta de la biblioteca, es de madera, así que no puedo adivinar
cómo es la situación allá afuera. Abro la puerta y me llevo una nefasta
sorpresa: todos están vestidos y ahorita mismo me están mirando desconcertados.
Yo lo estoy aún más. Mi primera reacción es correr para escapar de las miradas
morbosas y amenazantes. Corro, corro y corro sudando en cantidades, pero no me
quiero detener hasta llegar a un lugar seguro donde las miradas no me acechen.
Por fin,
llego a algo que parece un hospital. No sé por qué, pero me es familiar. Me
siento, pienso, recuerdo a Víctor Hugo y sus enseñanzas sobre la nobleza hasta
que finalmente me quedo dormida. Cuando despierto me encuentro en una cama. Me
incorporo y llamo a gritos a una enfermera. No llega la enfermera, sino un
doctor. Me saluda y me llama por mi nombre. Me da la bienvenida, diciéndome que
le da gusto que haya vuelto a este magnífico hospital, el Hospital Psiquiátrico
del Norte... ¿Alguien me puede decir que está pasando?
No hay comentarios:
Publicar un comentario