12 de abril de 2013

Sara Pils


Carlos Alemán Ocampo

Desde la camioneta, en el camino de Bilwaskarma, al llegar al puente de Pulkrukira, la doctora Cunningham señaló y me dijo: “A ese muchacho miskito, que va cruzando el puente, el que va adelante, de gorra y pantalón azul, la semana pasada se le murió el papá en el hospital.”
 
Un día de estos lo vi. Estaba en la sala de espera para consulta. Desde que entré, me pareció cara conocida. Pensé que era el hermano de Banti, un paciente que llegó de río abajo, de Sawa, creo, hace también como una semana. Le hablé y le pregunté por su hermano:

—No —me dijo— soy el hijo de Perones, un señor que murió aquí la semana pasada.

—¿Y qué andás haciendo, estás enfermo? —le pregunté y me contestó:
 
—No, ando buscando pastillas para la tristeza. Las quiero para mi mamá, que no ha dejado de llorar desde que se murió mi papá.

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