Desde la
camioneta, en el camino de Bilwaskarma, al llegar al puente de Pulkrukira, la
doctora Cunningham señaló y me dijo: “A ese muchacho miskito, que va cruzando
el puente, el que va adelante, de gorra y pantalón azul, la semana pasada se le
murió el papá en el hospital.”
Un día de
estos lo vi. Estaba en la sala de espera para consulta. Desde que entré, me
pareció cara conocida. Pensé que era el hermano de Banti, un paciente que llegó
de río abajo, de Sawa, creo, hace también como una semana. Le hablé y le
pregunté por su hermano:
—No —me dijo— soy el hijo de Perones, un señor que murió aquí la semana pasada.
—¿Y qué
andás haciendo, estás enfermo? —le pregunté y me contestó:
—No, ando
buscando pastillas para la tristeza. Las quiero para mi mamá, que no ha dejado
de llorar desde que se murió mi papá.
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