12 de abril de 2013

Contemplación


Edgar Escobar Barba

Me siento y fijo la mirada en el espejo oval. Lo veo de tres cuartos, no de frente. Me atrae lo que refleja: un fragmento de paisaje. Una rama de árbol. Frondosa. Verde. De entre ese matorral sale una diminuta flor. Es amarilla. Atrás, un delgado tronco y la rama que figura ser un camaleón. El viento lo mece, supongo. Dos movimientos y la rama se inquieta. Cae un chipichipi. Gotea. Tiembla la hoja. Una gota de ángel apenas perceptible la toca sin lastimarla. Sale una lágrima verde. Sigue firme y la rama camaleón está entre estática o en movimientos leves. La hoja y el matorral siguen siendo verdes. La flor, amarilla. Es el fragmento de un huerto. ¿Será naturaleza? Transmite libertad, belleza etérea y real. Alguien toca la puerta. Me distrae. Me levanto. Golpean los ladrillos. Me llaman. Regreso mi rostro al espejo. Ya no veo más que un vidrio. Voy por mi plato de hojalata. Nuevamente estoy aquí, bien emparedado.

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