Apolonio
Palazio
(Estampas
nicaragüenses, Managua, Tipografía Atenas, 1948)
Dos familias se odiaban a muerte: la de los
Ñoriongues y la de los Ñurindas.
El diablo se aparecía cuando uno menos lo
pensaba, detrás de la casa. Las ceguas se atropellaban en los solares, con sus
dientes de cáscaras de guineos y sus cabelleras de cabullas. La carretanagua
recorría las calles al peso de la media noche sembrando el terror con su
pavoroso ruido... Y la gente se veía amenazada en todas partes por las almas en
pena, brujas, hechiceras y padres sin cabeza.
Dicen que el pleito entre Ñoriongues y Ñurindas
comenzó porque se disputaban los propios y arbitrios del pueblo. Otros afirman
que el pleito empezó por cosas de menor monta. Pero es el caso que a lo mejor
las dos familias se entregaban a grandes y descomunales batallas campales, en
las que algunas veces vencían los Ñoringues y otras los Ñurindas, pero siempre
con grandes pérdidas para ambas, pues vencedores y vencidos quedaban
desastrosamente averiados.
Cada uno de los contendores vivía exclusivamente
para el odio y la pelea. La calumnia y la injuria se elevaron entre ellos a un
culto diario, imprescindible. La inteligencia natural de los individuos, si
alguna tenían, la empleaban en buscar cómo hacer más fuerte la ofensiva.
Llegaron a ser de tal modo que hasta tenía cada una de las familias, grandes
partidas de perros que a muy prudente distancia tomaban parte en los bochinches
periódicos de sus amos, y que vivían ladrando desde sus respectivos patios,
haciendo que nadie olvidara el agravio recibido.
Pero sucedió que una vez, tras una sangrienta
reyerta, Ñoringues y Nurindas regresaron a su base muy cambiados de cómo
volvían antes. Veían a muchos de los suyos mutilados, deformados por las heridas.
Y cuando entró la noche, los más viejos, los que se creían más culpables de
aquellas horribles matanzas, hicieron en su interior el balance de sus
tremendas responsabilidades. Pasaron días y días y ninguna de las dos familias
daban trazas de querer volver a la pelea. Miembros de ellas se encontraban en
calles y caminos y hasta se saludaban. Al principio se hallaban recelosos, pero
después fueron entrando en confianza, como amigos.
El pueblo se vió prosperar en pocos días. Las
crucetas y los fusiles se cubrían de sarro en los rincones de las casas.
Ñoringues y Ñurindas se visitaban, fraternizaban. En todo el pueblo había paz.
Sólo los perros, ya viejos y con los ojos telarañosos, seguían ladrando, como
en otro tiempo, para concitar los ánimos a la lucha. Ladraban en vano. Nadie
quería pelear. Desde entonces, en el pueblo, dieron el apodo de “inactuales” a
los perros de los Ñoringues y de los Ñurindas. Algunos todavía siguen ladrando.
Son los especímenes del periodismo intransigente, mordaz y sectario.
Hola estimados, muchas felicidades por el aporte de su blog a la cultura con el rescate de cuentos y leyendas nicaraguenses.
ResponderEliminarSeria tan amable si me puede indicar dónde encuentro más de la produccion de Palazio? cuento con el texto de La Catástrofe de Managua ... referido al terremoto del 31.
Tambien busco algo de su biografia...
Muchas gracias.