Sergio
Ramírez Mercado
Amanece
a un lado en el atlántico norte, una suave franja rosa muy lejos a un costado
del avión y en el otro la negra noche oscura mientras se abre frente a mí la
pequeña pantalla de cuarzo en el espaldar del asiento delantero como una
ventana a la claridad difusa de la eternidad, Muhamed Alí versus Joe Frazier,
pelea de revancha pactada a 15 rounds, 1 de octubre de 1975, Alí pantaloneta
blanca, Frazier pantaloneta azul, los guantes que ambos chocan ahora
galantemente al centro del cuadrilátero son rojos, suena en mis audífonos la
campana y el referee se aparta, fantasmas de hace un cuarto de siglo que
empiezan a medirse, salta Alí, petulante, y mientras siga saltando fintando
martillando buscando con los puños el punto débil en la defensa cerrada de
Frazier, la eternidad no está en riesgo, un ballet fatal, abrazos desesperados,
Frazier contra las cuerdas, suena la campana de nuevo, grita Alí, su gran
bocaza abierta, un fanfarrón insoportable, metódico sin embargo en su
martilleo, constante en golpear y golpear hasta que la fortaleza se derrumbe,
un fanfarrón insoportable pero nunca más habrá otro como él, se lo digo yo,
dice el viejo comentarista de radio entrevistado en el asilo de ancianos en
Sausalito, California, que estuvo aquella noche en el palco de la prensa
llevando su propia tarjeta, y qué es la eternidad sino ese martillo constante
de los puños que siguen golpeando sin cesar mientras el tiempo avanza ciego
hacia la consumación de los siglos, round 12, el ojo hinchado de Frazier brilla
como un rubí, y Alí inclemente cercándolo, martillando, un martinete veloz, un
experto en demolición, ¿han visto al idiota de lerdo andar, perdido por allí
con su sonrisa ausente? O pierdes, o ganas, no hay de otra, gritaba con la gran
bocaza, y ahora, ¿lo vieron aquella vez, con la tea olímpica en la mano en la
ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos?, ¿fueron los de Los Angeles, o los
de Barcelona?, otra ventana también a la claridad difusa del pasado, la bocaza
vencida, la risa perdida, la mirada sin razón, groggy para siempre como bajo el
peso de un millón de mazazos en la cabeza como los que él daba con tanta
constancia, pero otra vez suena la campana en mis audífonos, vuelve Alí a su
esquina, su second que parece más bien un barbero de manos bien lavadas lo aconseja
al oído, el otro asistente con gorro musulmán le baña la cara de agua, le mete
en la boca el protector, round 14, el referee camisa celeste, corbata de
pajarita de pintas marrón, pelo largo, patillas anticuadas como las que un día
llevamos, se acerca a Frazier a preguntarle algo, ¿va a continuar?, continúa,
tambaleándose se acerca al centro del entarimado, y desde las sombras del
pasado ya no puede más, lo vemos y sabemos que ya no puede más, el ojo
monstruoso, desde su esquina su second tira por fin la toalla, esto se acabó,
Alí alza las manos en triunfo, brinca desaforado, grita fanfarronadas, la gran
bocaza abierta, traen el cinturón dorado para ceñírselo otra vez al rey, cetro
y corona en la cabeza, pero se apagan las luces sobre el cuadrilátero, la arena
va quedando desierta, la pantalla de cuarzo brilla ahora con resplandor opaco y
sólo el idiota permanece en la eternidad riéndose con risa indescifrable.
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