Fernando Silva
Amigo y vengo y
pego la carrera, que ya ni cuenta me di del sombrero que dejé ¡Já!, ¡Já! ahí tirado
en el suelo.
-Y onde cogieron
las otros?
-¡Esh! cada
quien se las mandó a
jalar por su lado
-Oh, don Chilo,
este
-¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!
-se rieron en coro los amigos.
Los tres hombres
estaban sobre la mesa, riéndose. El cantinero que se había quedado oyendo el cuento
con la caro apoyada en las manos, se reía también enseñando sus menudos dientes
que le daban a la cara un aspecto de ardilla.
Estaban en la
cantina los tres hombres reclinados en los taburetes. Sobre la mesa un viejo
plato enlosado, todavía mantecoso y restos de comida y recado a la orilla. Los
hombres estaban hablando cerca de la ventana mientras un candil parpadeaba en la
solera. El ruido de la puerta que pegaba en el suelo al empujarla, hizo a los
hombres volver la mirada afuera. Don Chon Canales estaba sacudiéndose el polvo
y cuando vio a los otros se vino a saludarlos
-¡ Y diay don
Chon!
-¡ Y diay don
Chilo!
-¡Y onde se me
había perdido?
-Ud es el perdido, don Chilo. Ayer
casualmente le preguntaba por Ud al patrón y él me contó que Ud ya no venía por
estos lados, que como que andaba metido en el negocio de reses.
-Ah, sí.
Efectivamente, don Chon.
-Siéntese un
rato don Chon -le dijo uno de los hombres a don Chon, mientras le acercaba un
taburete.
-Ah, gracias
-dijo don Chon- pero viera que ando de carrerita no quiero me vaya agarrar la
noche. Pero ya que están Uds aquí, me van a permitir la confianza de
convidarlos a tomar algo aunque sea.
- Gracias
-dijeron los otros.
-Yo le agradezco
de lodos maneras -dijo uno de camisa blanca que estaba en la rueda- pero es que
yo no bebo. -Pues aunque sea una chibola, mi amigo.
-Ah, bueno - cabeceó
el otro.
Los hombres se
acomodaron en sus lugares mientras traían lo que iban a beber.
-Y cuénteme de su
vida, mi amigo don Chilo.
-Y qué quiere
que le diga, mi amigo don Chon, si nosotros los pobres sólo de trabajo es lo
que sabemos hablar.
Don Chon se
sonrió.
-A ver, cuéntele
a don Chon ese pasaje que me acaba de echar -le dijo el hombre de la camisa blanca
a don Chilo.
-Ah! No -dijo
don Chilo, apenado -si no tiene importancia ai en otra ocasión.
-A ver! A ver!
écheme ese cuento –le dijo don Chon.
-¡Esh ! si no es
nada, don Chon.
-¡Cómo que no es
nada! -protestó don Chon ¡Ismael! ¡Ismael! -gritó al cantinero- tráeme esos tragos.
-Ya voy don Chon
-le gritó el cantinero.
El cantinero
vino al ratito, puso los vasos y la botella. Los hombres se sirvieron y bebieron.
-Y diay, y el
agua? -preguntó el otro hombre.
-El agua? -dijo
don Chon extrañado- y para qué quiere agua? Que no ve que se le quita el gusto?
Los hombres se sonrieron.
Algunos hombres
estaban en el mostrador bebiendo agachados y las sombras de los cuerpos daban en
la pared y se veían grandotas.
–Pues como iba
diciéndoles -empezó don Chilo.
-Ajá -dijeran
todos y se quedaron quietos oyéndolo.
-Ha de saber Ud que
yo venía padeciendo del hígado. Amigo, que ya me traía incómodo el mal. Yo con hierbas ¡qué no
bebí!, medicamentos del doctor, todo y como si lo echara en un pozo. Todo era que comiera comida pesada, como decir
carne de chancho ai no más me venía el dolor, como una estaca aquí al
lado derecho, arribita de la cintura. Pues
en esos días la mujer oyó que había un curandero muy bueno en Norome. Yo
para que le voy a decir, yo no ando
creyendo en ésos, pero todos los días la mujer -tanteá con el hombre ese
– andá velo - qué te cuesta - tal vez te cura-, hasta que al fin me decidí. En
el nombre de Dios me dije, quién quita. Y como también Roque, Roque Rivas, el
de la quebrada del muerto.
-Roque Ríos,
será -lo corrigió don Chon.
-Ah, sí miento
Roque Ríos es. Pues como le iba
diciendo, él también estaba mal de los riñones y el hijo de él, el más grande.
-Ah, Camilo?
-dijo don Chon.
-Eso es Camilo.
Pues los tres hicimos el viaje. Cogimos el camino de Masaya, pasando antes por Nindirí
y luego hasta la laguna. Como a las ocho, por ai, fuimos llegando a la Orilla y
como era pues ya larde, entramos a un roncho a pedir posada por la noche.
Dejamos los
caballos en el patio y nos acomodamos afuera,
porque sólo era un rato que íbamos a pasar, porque teníamos que salir con la
clara. Pues ai dejamos las bestias con las albardas y nosotros buscarnos
ande arrecostarnos.
En el rancho
éste que le digo, solo había un viejo con cara de loco que tenía un lunar de
pelota en la cara y un muchacho medio guanaco grandote el indio, pero viera que ajambadote que se veía.
El viejo antes de acostarse, empezó a rezar un rosario con más letanías
que espinas tiene un pochote y todavía el viejo le daba sus vueltas y revueltas
con las meditaciones, el pedido a los tres Angeles custodias, la subida al
Monte Carmelo y la salve a las benditas ánimas del purgatorio.
-Que ni
que fuera cura este viejo -me dijo Roque.
-Ai de jalo -le
dije yo.
El viejo pasó
toda la noche haciendo cruces para espantar al diablo. El viejo rezaba y el muchacho
le respondía.
-Amigó -le digo
yo al viejo- me pudiera hacer el favor de despertarnos muy de madrugada, si es que
Ud se recuerda temprano?
-Pierda cuidado
mi amigo -me respondió el viejo- yo a
las cuatro comienzo el trisagio
-Ah, bueno -le
dije y comencé a buscar el sueño.
¡ Esh, chocho!
-me dijo Roque- todavía tenemos
que aguantar un trisagio.
-Ai dejalo -le
dije yo.
Bueno pues,
pasó el tiempo ai onde estábamos.
Yo no me dí
cuenta, claro, lo cansado que andaba, que ande yo me acurruqué era justamente a
la orilla de una canoa vieja onde tenía él
muchacho guanaco su dormitorio dél. Pues bien, el muchacho mentado para no molestarme se me acurrucó él entre
las canillas a mí. Yo me dormí de viaje.
Quién sabe, qué va saber uno
nada. Pues viera que cosa, primero algo de pronto, siento un alumbrón
encima de la cara y juntamente un sonido de campanas, talán, talán, talán, talán, pero bien fuerte y todavía
alcancé a oír el grito de ''Ave María Purísima".
Gracia concebida” "Señor Dios todo poderoso" y allá
le va el talán, talán, talán que yo ni qué pensar en ese trance,
me espanto todo y qué
va uno a saber, verdad?
Yo lo primero que hice, la costumbre del montado, fue afianzar las espuelas y
apretar las canillas, haciendo chirriar en la corrida las dos chocollas y, amigo oigo un grito peor, encima de
mí.
-¡Ay! ¡Ay! me
agarró a mí ¡Suéltenme!, Suéltenme! ¡Ay! mi pescuezo ¡Ay tatita me agarró el
diablo! ¡Ay! ¡Ayay!
-Qués? Qués?
Qués éso? gritamos todos, y al viejo
mentado lo vide en camisón que venía gritando con un candil en la mano
-"Ave María Purísima" ''Dios Todo Poderoso" "Que fuerte venís” “Qué fuerte mi Dios"
Y amigo y me
percato que yo tenía al muchacho ensartado en las espuelas y el indio soreco gritaba
-¡El Diablo! ¡El
Diablo Tatita! que me agarró aquí, ¡ay!, ¡ay! Vengo yo y pego el brinco en ese alboroto
y busco a los demás que los diviso que yo iban desbandados en busca del poste
donde habíamos amarrado las bestias y yo también cojo el desguindo.
-¡Munós! ¡Munós!
-me gritan.
Me tiré en el
caballo y le echo la rienda y salimos en un solo polvazal.
-jJa! ¡Ja! ¡Ja!
-se rieron.
-Entonces
perdone que lo interrumpa, -dijo don Chon, colorado y tosiendo de risa- Entonces
eso fue lo que me habían contado de la asustada que le dio el Diablo a Pitón,
el ñeto de don Ursulo?
-Pues si1 eh, el mismo,
¡ven qué cosas! –dijo don Chilo.
-Pues amigo ¡Ja!
¡Ja! ¡Ja¡. Y sabe Ud qué es el día y todavía cuentan lo del Diablo que le aruñó
todo el pescuezo al muchacho? Y que todo el que pasa por el patio para entrar al camino
se persigna y reza el "San Silvestre está en la puerta y San Manuel en el sagrario'?
-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
-se rieron contentos los hombres.
-Y bueno y el
mal del hígado en qué paró? -preguntó don Chon.
-Pues quería con un susto, don Chon –contestó don Chilo- ahora con los
traguitos sin pasarme mucho y teniendo cuidado en las comidas pues ai vamos.
-Cuídese don
Chilo -le reconvino don Chon- y deje
de andar de Diablo, que ya está viejo, don Chilo.
-Que estamos,
don Chon – le dijo cerrándole un ojo.
-¡Ja! ¡Ja! -se rieron los hombres contentos.
La noche era
caliente. Afuera estaba sola la calle y
un perro latía en un patio.
Los hombres salieron juntos, sus sombras iban adelante. Al
otro lado la luna iba cayendo entre las tablas de un cerco.
–Adiós pues don
Chon.
-Adiós pues don
Chilo y no se pierda de por aquí.
-Cómo no -le
gritó don Chilo.
Don Chon
encendió su pipa ¡Ah, hombre este don Chilo el mismo de hace años! -dijo sonriendo.
Arrendó su caballo
y se fue al trote.
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