21 de enero de 2016

Don Chilo

Fernando Silva

Amigo y vengo y pego la carrera, que ya ni cuenta me di del sombrero que dejé ¡Já!, ¡Já! ahí tirado en el suelo.
-Y onde cogieron las otros?
-¡Esh! cada quien se las mandó a jalar por su lado
-Oh, don Chilo, este
-¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! -se rieron en coro los amigos.
Los tres hombres estaban sobre la mesa, riéndose. El cantinero que se había quedado oyendo el cuento con la caro apoyada en las manos, se reía también enseñando sus menudos dientes que le daban a la cara un aspecto de ardilla.
Estaban en la cantina los tres hombres reclinados en los taburetes. Sobre la mesa un viejo plato enlosado, todavía mantecoso y restos de comida y recado a la orilla. Los hombres estaban hablando cerca de la ventana mientras un candil parpadeaba en la solera. El ruido de la puerta que pegaba en el suelo al empujarla, hizo a los hombres volver la mirada afuera. Don Chon Canales estaba sacudiéndose el polvo y cuando vio a los otros se vino a saludarlos
-¡ Y diay don Chon!
-¡ Y diay don Chilo!
-¡Y onde se me había perdido?
-Ud es el perdido, don Chilo. Ayer casualmente le preguntaba por Ud al patrón y él me contó que Ud ya no venía por estos lados, que como que andaba metido en el negocio de reses.
-Ah, sí. Efectivamente, don Chon.
-Siéntese un rato don Chon -le dijo uno de los hombres a don Chon, mientras le acercaba un taburete.
-Ah, gracias -dijo don Chon- pero viera que ando de carrerita no quiero me vaya agarrar la noche. Pero ya que están Uds aquí, me van a permitir la confianza de convidarlos a tomar algo aunque sea.
- Gracias -dijeron los otros.
-Yo le agradezco de lodos maneras -dijo uno de camisa blanca que estaba en la rueda- pero es que yo no bebo. -Pues aunque sea una chibola, mi amigo.
-Ah, bueno - cabeceó el otro.
Los hombres se acomodaron en sus lugares mientras traían lo que iban a beber.
-Y cuénteme de su vida, mi amigo don Chilo.
-Y qué quiere que le diga, mi amigo don Chon, si nosotros los pobres sólo de trabajo es lo que sabemos hablar.
Don Chon se sonrió.
-A ver, cuéntele a don Chon ese pasaje que me acaba de echar -le dijo el hombre de la camisa blanca a don Chilo.
-Ah! No -dijo don Chilo, apenado -si no tiene importancia ai en otra ocasión.
-A ver! A ver! écheme ese cuento –le dijo don Chon.
-¡Esh ! si no es nada, don Chon.
-¡Cómo que no es nada! -protestó don Chon ¡Ismael! ¡Ismael! -gritó al cantinero- tráeme esos tragos.
-Ya voy don Chon -le gritó el cantinero.
El cantinero vino al ratito, puso los vasos y la botella. Los hombres se sirvieron y bebieron.
-Y diay, y el agua? -preguntó el otro hombre.
-El agua? -dijo don Chon extrañado- y para qué quiere agua? Que no ve que se le quita el gusto? Los hombres se sonrieron.
Algunos hombres estaban en el mostrador bebiendo agachados y las sombras de los cuerpos daban en la pared y se veían grandotas.
–Pues como iba diciéndoles -empezó don Chilo.
-Ajá -dijeran todos y se quedaron quietos oyéndolo.
-Ha de saber Ud que yo venía padeciendo del hígado. Amigo, que ya me traía incómodo el mal. Yo con hierbas ¡qué no bebí!, medicamentos del doctor, todo y como si lo echara en un pozo. Todo era que comiera comida pesada, como decir carne de chancho ai no más me venía el dolor, como una estaca aquí al lado derecho, arribita de la cintura. Pues en esos días la mujer oyó que había un curandero muy bueno en Norome. Yo para que le voy a decir, yo no ando creyendo en ésos, pero todos los días la mujer -tanteá con el hombre ese – andá velo - qué te cuesta - tal vez te cura-, hasta que al fin me decidí. En el nombre de Dios me dije, quién quita. Y como también Roque, Roque Rivas, el de la quebrada del muerto.
-Roque Ríos, será -lo corrigió don Chon.
-Ah, sí miento Roque Ríos es. Pues como le iba diciendo, él también estaba mal de los riñones y el hijo de él, el más grande.
-Ah, Camilo? -dijo don Chon.
-Eso es Camilo. Pues los tres hicimos el viaje. Cogimos el camino de Masaya, pasando antes por Nindirí y luego hasta la laguna. Como a las ocho, por ai, fuimos llegando a la Orilla y como era pues ya larde, entramos a un roncho a pedir posada por la noche.
Dejamos los caballos en el patio y nos acomodamos afuera, porque sólo era un rato que íbamos a pasar, porque teníamos que salir con la clara. Pues ai dejamos las bestias con las albardas y nosotros buscarnos ande arrecostarnos.
En el rancho éste que le digo, solo había un viejo con cara de loco que tenía un lunar de pelota en la cara y un muchacho medio guanaco grandote el indio, pero viera que ajambadote que se veía.
El viejo antes de acostarse, empezó a rezar un rosario con más letanías que espinas tiene un pochote y todavía el viejo le daba sus vueltas y revueltas con las meditaciones, el pedido a los tres Angeles custodias, la subida al Monte Carmelo y la salve a las benditas ánimas del purgatorio.
-Que ni que fuera cura este viejo -me dijo Roque.
-Ai de jalo -le dije yo.
El viejo pasó toda la noche haciendo cruces para espantar al diablo. El viejo rezaba y el muchacho le respondía.
-Amigó -le digo yo al viejo- me pudiera hacer el favor de despertarnos muy de madrugada, si es que Ud se recuerda temprano?
-Pierda cuidado mi amigo -me respondió el viejo- yo a las cuatro comienzo el trisagio
-Ah, bueno -le dije y comencé a buscar el sueño.
¡ Esh, chocho! -me dijo Roque- todavía tenemos que aguantar un trisagio.
-Ai dejalo -le dije yo.
 Bueno pues, pasó el tiempo ai onde estábamos.
Yo no me dí cuenta, claro, lo cansado que andaba, que ande yo me acurruqué era justamente a la orilla de una canoa vieja onde tenía él muchacho guanaco su dormitorio dél. Pues bien, el muchacho mentado para no molestarme se me acurrucó él entre las canillas a mí. Yo me dormí de viaje. Quién sabe, qué va saber uno nada. Pues viera que cosa, primero algo de pronto, siento un alumbrón encima de la cara y juntamente un sonido de campanas, talán, talán, talán, talán, pero bien fuerte y todavía alcancé a oír el grito de ''Ave María Purísima".
Gracia concebida” "Señor Dios todo poderoso" y allá le va el talán, talán, talán que yo ni qué pensar en ese trance, me espanto todo y qué va uno a saber, verdad? Yo lo primero que hice, la costumbre del montado, fue afianzar las espuelas y apretar las canillas, haciendo chirriar en la corrida las dos chocollas y, amigo oigo un grito peor, encima de mí.
-¡Ay! ¡Ay! me agarró a mí ¡Suéltenme!, Suéltenme! ¡Ay! mi pescuezo ¡Ay tatita me agarró el diablo! ¡Ay! ¡Ayay!
-Qués? Qués? Qués éso? gritamos todos, y al viejo mentado lo vide en camisón que venía gritando con un candil en la mano
-"Ave María Purísima" ''Dios Todo Poderoso" "Que fuerte venís” “Qué fuerte mi Dios"
Y amigo y me percato que yo tenía al muchacho ensartado en las espuelas y el indio soreco gritaba
-¡El Diablo! ¡El Diablo Tatita! que me agarró aquí, ¡ay!, ¡ay! Vengo yo y pego el brinco en ese alboroto y busco a los demás que los diviso que yo iban desbandados en busca del poste donde habíamos amarrado las bestias y yo también cojo el desguindo.
-¡Munós! ¡Munós! -me gritan.
Me tiré en el caballo y le echo la rienda y salimos en un solo polvazal.
-jJa! ¡Ja! ¡Ja! -se rieron.
-Entonces perdone que lo interrumpa, -dijo don Chon, colorado y tosiendo de risa- Entonces eso fue lo que me habían contado de la asustada que le dio el Diablo a Pitón, el ñeto de don Ursulo?
-Pues si1 eh, el mismo, ¡ven qué cosas! –dijo don Chilo.
-Pues amigo ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja¡. Y sabe Ud qué es el día y todavía cuentan lo del Diablo que le aruñó todo el pescuezo al muchacho? Y que todo el que pasa por el patio para entrar al camino se persigna y reza el "San Silvestre está en la puerta y San Manuel en el sagrario'?
-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! -se rieron contentos los hombres.
-Y bueno y el mal del hígado en qué paró? -preguntó don Chon.
-Pues quería con un susto, don Chon –contestó don Chilo- ahora con los traguitos sin pasarme mucho y teniendo cuidado en las comidas pues ai vamos.
-Cuídese don Chilo -le reconvino don Chon- y deje de andar de Diablo, que ya está viejo, don Chilo.
-Que estamos, don Chon – le dijo cerrándole un ojo.
-¡Ja! ¡Ja! -se rieron los hombres contentos.
La noche era caliente. Afuera estaba sola la calle y un perro latía en un patio.
Los hombres salieron juntos, sus sombras iban adelante. Al otro lado la luna iba cayendo entre las tablas de un cerco.
–Adiós pues don Chon.
-Adiós pues don Chilo y no se pierda de por aquí.
-Cómo no -le gritó don Chilo.
Don Chon encendió su pipa ¡Ah, hombre este don Chilo el mismo de hace años! -dijo sonriendo.

Arrendó su caballo y se fue al trote.

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