Juan Aburto
El
chavalo iba caminando despacio cuando se encontró un chechereque en el suelo.
—Eh,
salado —¡yo!, gritó brillándole el ojo y se lo echó a la
bolsa.
Más
adelante lo sacó y lo iba viendo. Arrimó el hombro a la pared, cruzó la canilla
con la punta del pie doblado y le daba vueltas por todos lados. Se fue juntando
la gente al ver el chechereque entre las manos del muchacho, pero no arrimaban
mucho, sólo se le quedaban viendo y viendo.
-Debe
servir para curar gente –dijo una vieja.
-Tal
vez es del tiempo de antes –dijo otro, ¿no ve que es como hecho afuera? Tal vez
cayó de arriba.
¡Quién
sabe si es atómico!...
-¿Y
por qué no le preguntan al guardia?
-¡Ah,
ni saben nada! Te rempuja y se lo carga. ¿Que no los conozco?
Pasó
un señor de saco. Se asomó por encima de todos.
-¡Ve,
hombre! –exlamó-. Dame eso –le dijo al muchacho.
-¡No,
es mío!
-Vendémelo,
pues.
-Eh,
me regañan...
-Vendelo,
no seas baboso, ni sabés qué es –dijo un muchacho grande.
El
chavalo se fue resbalando de espaldas hasta sentarse contra la pared y encogió
las canillas. Zumbó para arriba un poquito entre las dos manos el chechereque,
como bolita.
-¡Dale
vuelta, papitó! –dijo una señora.
Le
dio la vuelta al chechereque y se vio de largo que era así, de lado, y por el
otro, algo verdecito; medio borroñoso por debajo, parece que tenía un hoyito
quién sabe para qué y uno como dedo pandureco; no se veía bien. La cuestioncita
era brillosa y negra de un lado, algo sueva y pesada, y finita, finita. Más
bien parecía como manito de tunco, apachurrada y toda quisneta, que hasta que afligía.
-Pero enséñalo bien, niñó. ¡Ve qué muchacho éste!
-Pero enséñalo bien, niñó. ¡Ve qué muchacho éste!
-¿Y
por qué no lo agarra usté, señora? –preguntó un lustrador.
-Yo,
Dios me guarde, quién sabe ni qué chanchada es, a saber de dónde lo sacaron...
Una
chela de mentiras, riéndose despacito, le dijo en el oído a su compañera:
-Machalá.
Que sirviera para agarrar querido, ¿verdá? ¡Ya lo mercábamos!
El
grupo de gente iba creciendo, ya parecía mercado.
-Y
qué es el gentillal, ¿ah?
-Nada,
que están enseñando un chechereque que se hallaron.
-Eh,
no me joñan, yo creí que era otra cosa.
-No,
hombre, vos vieras, si es distinto, hasta que da quién sabe qué...
El
muchacho cuando vio que ya habían muchos, envolvió el chechereque, se lo echó a
la bolsa y empezó a apartar gente.
-¡No
te lo echés a la bolsa, ve que te puede joder en la canilla!
-Si
no hace nada, ¿no ves que no se mueve?
El
chavalo salió en carrera. Cuando llegó a la casa, entró cantando:
-¡Eh!,
¡yo me hallé un chechereeeque!...
La
demás gente se iba a tomar unos tragos entonces, pero los dejaron por la
novedad del chechereque.
-Pasalo, pasalo, ya lo viste vos –se gritaban todos.
-Pasalo, pasalo, ya lo viste vos –se gritaban todos.
-Y
para qué andan trayendo esas cuestiones por aquí –dijo la abuela-, ahí se va a
salar uno, mejor díganle al padre y ya está, que se acabe eso. Al rato les dio
recelo del chechereque, ya no lo quisieron seguir tocando y lo pusieron con
cuidadito en una repisa.
-Mejor
dejémoslo aquí, no vaya a ser...
A
los días dijeron que el chechereque se veía así como que quería echar una
florcita. Pero quién sabe.
Que cuento más ingenioso. Excelente desde mi sencilla perspectiva.
ResponderEliminarola k asennnnnnnnnnn
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