31 de enero de 2016

El mercenario

Rodrigo Peñalba Franco
I
El bosque de metal o enredadera de concreto nace en los rieles de la estación de metro. Veinte millones de personas se ignoran entre sí y apenas se conocen, cada uno conectado a un SONY Walkman que lo acompaña. Los rascacielos tapizados de neón, colmenas antisísmicas de cristal, compiten unos contra otros. Al nivel del suelo ya no sale el sol, sino el neón.

Un jardín de piedras está siendo cultivado en la cima de una torre. El ritmo de las turbinas de los aviones acelerando y desacelerando en sus rutinas de despegue y aterrizaje sobre la bahía (el clima dispone una concha acústica de cielo nublado). Los granos de arenas alineados en flujos dibujan recuerdos de barrios de pescadores a las orillas del Sumida, cerca de la bahía, doscientos años atrás, en Edo. La vieja ciudad se fue haciendo pequeña, muy pequeña, incendiada en mil novecientos veinte tres, luego bombardeada, mil novecientos cuarenta y cinco. Hoy la antigua rivera es subsuelo, parqueo subterráneo. Son doscientos años de vida, y todavía no se acostumbra esta mano a la realidad. La vida es eterna, pues nunca se deja de vivir. Y por qué se vive eternamente, le sufrimos eternamente, pues jamás nos comprendemos. No se comprenden los recuerdos lavados por años, los actos que hicieron rodar las cabezas y quemar las villas, ni se entiende que la misma mano que blandió el metal apaciente a las piedras. En las aguas intentó lavar la mancha; ilusión. Las vidas de tantos, años acumulados de experiencias que no sucedieron, le fueron dadas a esta mano, para uso propio. Y no puede morir, jamás, mientras no viva tantos años como los que detuvo a otros de vivir. Engañado por su vanidad se ofreció como mercenario en las batallas de la restauración, cavando con su propia paga el castigo que carga. Ya son dos centurias, y no se acostumbra. Los días no significan nada, son gotas en el tiempo que le queda por delante. Los años no le son referencia. Los años no le dicen, excepto, el año que mató a su padre. Todo lo demás es sucesión de sombras en el recuerdo. En ocasiones estas sombras regresan y caminan sobre la arena. Las huellas delatan el acto. Cuando duerme su cabeza sueña, recuerda, con las vidas de los muertos. Recuerda otras infancias y otras tragedias. Conoce los fantasmas que le habitan. Sabe que no es inmortal, que ha de morir, y que morirá en el anochecer del primer día de su año mil doscientos cuarenta y cuatro, a la misma hora en que su mano penetró carne con muerte por primera vez.

En él habitan las memorias de un comerciante portugués, de cuando éste jugaba en Lisboa y perseguía a su primera novia por el puerto saltando de muelle en muelle y de las cantinas contiguas a la aduana; de las noches que pasó en Bahía, Brasil, y los negocios con la venta de esclavos. Revive la llegada al país y del día que el portugués le conoció en su oficina en el puerto, frente a la bahía de Edo. Partía ese día el portugués hacia Macao, y cuando abandonaba el lugar un sonido seco entró en su cuello haciendo girar la cabeza por el suelo. Tiene la memoria de una mujer que vio el asesinato del lusitano, de cuando ésta fue madre por primera vez, y con el recuerdo también heredó el cariño por el infante que fue dejado huérfano. De los ojos de ella guarda la imagen de su hijo llamándole con insistencia para despertarle en vano. El comerciante portugués traía armas para un señor feudal, asunto que no les pareció a otros terratenientes de la zona. De la mujer se sabe que era sirviente del lusitano y testigo del asesinato, muriendo al día siguiente.

Tiene la memoria de un ronin, hombre sin amo pero gobernado por el código de moral. Los recuerdos de los días de juventud, cuando fue entrenado por un viejo maestro en las montañas, de la noche que le asistió en el suicidio ritual, del respeto que le tenía. De cuando ya no fue necesaria más para servir y fue dejado sin amo, y de la vergüenza de rodar por el mundo sin un hombre a quien servir, de la fatiga, y de la noche que le encontró y escuchó el mismo sonido seco entrando en su humanidad. No dio batalla suficiente el abandonado, ahora el abatido. El enfrentamiento sucedió un bosque de cerezos en flor, el silencio, y la mancha de sangre en el suelo reflejando nada. Por ésta víctima pagó un rival de su antiguo amo, quien deseaba saldar cuentas.

Presente está en sus sueños el miedo y angustia que inspiraba en sus víctimas, pues en ocasiones puede verse a sí mismo actuar como máquina de muerte que rompe en los sueños de otros mientras duermen y reciben un solo corte que finiquita la cuestión. Se da cuenta de las personas que no entienden que han muerto, sino minutos después que lo han hecho, de la sensación de miedo y frío que les roba el cuerpo y separa el alma. Estos que le recuerdan así, eran inocentes que estaban en lugar errado en hora fatal. Kenichi Gaki el mercenario entraba a robar casas o realizar trabajos personales, persiguiendo sin clemencia a la víctima, muchas veces muriendo esta ahogada en su propio pánico antes que en la espada. En estos casos robaba para su propia sobrevivencia, no por encargo.

En los recuerdos de su padre se encuentra a sí mismo como ser extraño. Su padre murió por la espalda, así que no tiene la imagen de sí mismo asestando. Mientras cenaba tomaba un vaso en su mano. Lo llevaba hacia su boca cuando el metal llegó y heló la carne. El brazo rígido se agitó dejando caer el vaso y se apoyó con la palma sobre el suelo, sudando al ánima que parte y abandona al cuerpo como lastre, saco de carne sin brillo en la mirada. El punto de apoyo cedió y la masa orgánica no se movió más. Por la sangre de su padre aceptó el pago de parte de un antiguo amigo del mismo, motivado por un amor no correspondido en juventud, el señor Oni.

El padre de Kenichi fue la primera de las almas tomadas. El señor Oni, en su juventud, se interesó en el padre de Kenichi, pero éste no le correspondía, por lo que le aplicó un encanto invocador de los asuras del naraka, el averno, espíritus de malicia. Varias tardes compartieron juntos en los baños termales en donde el padre de Kenichi llegaba a descansar. El encanto sobre el padre de Kenichi le provocaba entrega inmediata a los calores del bello joven Oni, pero éste encontró un día la verdad sobre Oni por lo que le recibió por última vez en las aguas termales, ya libre del encanto, y le arrancó los labios con los dientes, deformándole el rostro al bello Oni. El señor Oni cubre ahora su rostro con un velo que oculta la mandíbula amputada de labios, dientes expuestos que dibujan el hueco que tiene como boca. Su conciencia hecha rostro.

El señor Oni no olvida. Años después, cuando conoció a Kenichi, aplicó otra magia sobre el mismo para que se deshiciera de su padre. Con una espada dada por Oni, Kenichi fue convencido por encanto de liquidar a su padre, creyendo que éste le quería matar antes. Cuando le atacó por la espalda en la noche, despertó del domino y se dio cuenta del error, por lo que regresó al señor Oni y tomó su vida por igual, pero Oni dejó en su lugar el conjuro que le condenaría a Kenichi a vivir tantos años y recuerdos en igual suma a los que tome de sus víctimas. Los sueños que se tornan pesadilla en la mente de Kenichi son especialmente los que toma de la memoria del señor Oni, de las múltiples maldiciones que ha ejecutado, de las almas que ha envenado, de los sonidos del agua en las fuentes cuando estaba con su padre perdidos en ardores de carne, leche y agua termal sobre la piel de Oni.

De ahí en adelante abandonó su camino y siguió en la vida por tierra hostil y seca, aceptando cuanta moneda hubiera por la vida de cualquiera. Era el modo de vida propio del tiempo, pues quien no mata muere, pero quien mata muere por dentro. Kenichi muere cada día, agonía prolongada, el inmortal apelando un fin que huye cada vez que desenvaina.

El último de quien sacó los años y memoria fue un soldado de ocupación nacido en New York, llegado con la dimisión del emperador. Con sus años de vida tomó los recuerdos de la bahía de Manhattan, del ferry a la sombra de Liberty Statue, de las noticias expuestas una vez por semana en el cinema a donde iba acompañado por sus padres, del miedo que tenía de entrar sólo en los barrios de afroamericanos, de los anhelos y fiesta de despedida cuando fue enviado al frente en Oceanía, de la primera vez que hirió con arma de fuego, del honor de liberar al mundo civilizado de las infames fuerzas del mal que formaban la triple alianza, y de la angustia de dos brazos cerrándose como candado en su cuello asfixiándole hasta la extinción. Kenichi tomó esta vida por instinto, reacción natural de encontrar a alguien sólo en un callejón de lo que antes fue Edo, escenario recurrente.

II
En el jardín las pisadas dibujan fonemas sobre la arena. Entre las reminiscencias propias como los de los espectros que le habitan Kenichi Gaki el mercenario divaga por odios y ternuras ajenas, confundido en los caminos de muchas infancias que le forman ahora. Todas las vidas que resume en su existencia fueron tomadas por sed, pero el dinero no compensa la pena de continuar su vida. Morir le parecería una bendición, pero la muerte no le es extraña, la tiene tan presente en su perpetuación que no sabe si ya está muerto y que sólo continúa un estado de suspensión, el trámite de purgar su existencia de faltas. No sabe si desear la muerte es correcto, pues puede ser que ya lo esté y que lo ignore. No le toca juzgar tal asunto.

Es 1986. Los sueldos por sus trabajos le han convertido en un jubilado que vive de los intereses. La vida social de la época es armoniosa, similar a la de un hormiguero. En su jardín sobre la cima de un rascacielos se añeja cumpliendo la pena, escuchando a los pasados, limpiando las huellas en la arena, alejado de las preocupaciones del mundo, de la confusión de urbanismo que se desarrolla por perfección de la técnica. Gaki Kenichi se convirtió en Gaki Sennin, mitad ánima del infierno, mitad gran hombre de la montaña de concreto. Ahora es un hombre paciente, y debe serlo para poder escuchar a todos los pasados que viven en él. Pasados que rondarán hasta la noche del primer día del año mil doscientos cuarenta y cuatro. Es Sennin, pero no descansa. No puede.

En ocasiones escucha a su padre. No le es fácil recibirlo. Se maldice por las maldiciones, y maldice a su padre. Desearía enterrar su espada como pala por en medio del pecho de esa ánima, extraer el corazón y triturarlo hasta dejarlo como carne molida, alimento de cerdos. Pero no puede. Y sin embargo, recibe a su padre, mil doscientos cuarenta y cuatro años lo hará.

III
De día extraña al bosque. De niño corría río arriba hasta las colinas a cazar cigarras y luciérnagas. Él sabía encontrar sus nidos por la tarde, logrando quedarse con ellas hasta la noche, cuando regresaban a sus casas y las soltaban dentro de un cuarto, quizás sesenta, otras veces cien, otras veces más, pero nunca trescientas cigarras y luciérnagas.

En ocasiones no volvía a la casa, dormía en el bosque, en una pequeña gruta, tras un campo de castañas. Se quedaba viendo una fuente termal fluir por horas, bajo la luz de la luna. Con un palito jugaba haciendo figuras, borrándolas luego con un pie. Tras él, un poco más adentro de la gruta, pasantes se escondían a esperar el día en refugio seguro. A él le ignoraban en su lugar, ido entre las líneas que dibujaba. Ke Ni Chi. Dibujaba su nombre, y lo borraba. Ke Ni Chi es borrado.

Una noche fue interrumpido en su trance. Un grito vino del fondo, dejando salir una figura negra que corría como sombra perseguida por el sol al atardecer, larga en sus pasos. Detrás salió tambaleante una figura desnuda de rostro herido. Le faltaban los labios, dientes blancos manchados en rojo reflejando la luna como las fauces de un león escupiendo magma. Era un color rojo tan fuerte que parecía brillar por sí mismo, como volcán ardiendo de noche.

Era él, viendo a Kenichi esconderse tras una roca. Kenichi se recogió lleno de espanto. Él partió, dejando que la cabeza del muchacho hiciera todo el trabajo por eliminar esta visión de su memoria; pero no pudo.

Libro de cuentos Holanda /1ª. Edición/Managua 2006

1 comentario:

  1. Seria interesante analizaran estos cuentos para facilitar el estudio de los jovenes, no hay analisis de los cuentos de este autor,

    ResponderEliminar