25 de enero de 2016

La Juana Sánchez

Fernando Centeno Zapata

Con la noticia de la defunción de Chente, la primera en llegar fue la Juana Sánchez. Era la primera en llegar a todas las velas del pueblo. Ya se tratara de un muerto rico que de un muerto pobre.

Cuando el muerto era un rico, la Juana Sánchez era la primera ayudante en la cocina; cuando se trataba de un muerto pobre la Juana Sánchez se encargaba de todo: recibía a la gente, la acomodaba, mandaba a prestar bancas, los taburetes, las mesas, mandaba a todos sus hijos a hacer la invitación para la vela, y ella personalmente, se encargaba de andar de casa en casa, para alistar al difunto.

Para la Juana Sánchez aquello era una profesión que la había heredado de sus antepasados. Toda su familia se recuerda en el pueblo: su madre, la Antolina; su abuela, la Petrona; todas tenían esa fama, pero como la Juana Sánchez, no había otra en sus antepasados. Eso lo decían las más viejas del pueblo y a la verdad que tenían razón.

Esta maravillosa mujer era la única en su género; mientras las dueñas del muerto lloraban su desamparo, ella alistaba la vela; mientras los gritos desgarrados de los familiares ponían torozón en el pecho de los veladores, ella animaba a todos con su energía; mientras todos los ascendientes y descendientes del difunto entraban en desafíos plañideros, ella, aquella estoica mujer, anda de arriba abajo, preguntando a los veleros si se sentían contentos.

Cuando la Juana Sánchez sabe que Chente ha muerto, deja todo lo que tiene que hacer, ella jamás tenía nada que hacer, y le ordena a sus hijos: “Vayan mis hijos a invitar a los vecinos, ya saben cómo tienen que decir”. Y los hijos menores que eran cuatro, el menor ocho años, se dividen la tarea y van de casa en casa:

—Buenas noches don Vicenté, dice mi mamita que ya murió el difunto Chente, que lo espera para la vela.

Y don Chente responde: —Cómo no mijo, hay llegamos.

—Buenas noches ña Paulitá, dice mi mamita que ya murió don Chente, que le invita pa la vela y que si tiene un cafecito que lo lleve.

—Bueno mijo, poray llegamos.

—Buenas noches don Alcaldé, dice mi mamita que no se olvide llegar temprano, que ya murió el difunto.

—Ta bien mijo, decile que ya me alisto.

—Buenas noches don Pancho, dice mi mamita que como usté fue patrón de Chente, que no se olvide de mandar alguna cosa.

—¿Que ya murió pues?

—Sólo una vez don Pancho.

—Poray llego, pues.
Y así, casa por casa los hijos de la Juana Sánchez iban haciendo la invitación para la vela del difunto, tan luego que hubieron terminado de recorrer hasta el último rancho, se regresaron al velorio.

La gente estaba llegando poco a poco, la Juana Sánchez se había hecho dueña del muerto, ella se encargaba de recibir a los vecinos y acomodarlos, los vecinos, sin saber por qué, le daban el pésame al entrar: “Siento mucho Juaná por la muerte del difunto...

Y ella contestaba: “No hay de qué mialma. Gracias compadrito”.

Cuatro candiles de carburo iluminaban la vela, y a la orilla del muerto varios cirios proyectaban la luz sobre su rostro.

Con las primeras del pueblo que llegaron, la Juana Sánchez organizó la vela.

—Vos hacés el café, pero un poco ralo para que nos ajuste; vos, atendés al Alcalde cuando venga y a los que vengan con él; vos cuando venga el cura me llamás; vos, te pones a rezarle, que te ayude la Chepa y la Toña; vos me vas a conseguir leña; vos me repartís el guaro y yo me quedo en la puerta a recibir lo que manden. ¿Estamos?

Todas menearon afirmativamente la cabeza.

—Pues al grano, pues.

Comenzaron a llegar las primeras ayudas.

—Buenas noches ña Juanita, aquí manda mi madrinita este pan para el difunto.

—Muchacha bruta, para la vela.

—Y dice que le mande el azafate.

—Buenas noches ña Juanitá, aquí manda mi papacho este café para don Chente.

—Muchacha ijuepuerca, se dice para la vela.

—Buenas noches, ña Juanitá, aquí manda este guaro para los veleros, y dice mi papacito que le mande la botella.

—Que viejo más pinche, este jodido, sólo que el guaro me lo eche en el culo...

Y así la Juana Sánchez estuvo recibiendo toda la noche los presentes que enviaba el vecindario y haciendo la debida repartición; sus hijos eran los ayudantes a quienes ordenaba:

—Ve Juan, llevá esto a la cocina.

—Pedro esto llévalo para la casa, pero que no te vellan.

—Vos Cletó, llévale esto a mi comadre Moncha y que me lo alce, que ella ya sabe. Y cuidado con irlo destapando, que te mato.

—Vos baboso, andá decile al Alcalde, que ya hay bastante gente que lo estamos esperando.
—Comadre Elvirá —le gritó a la cocinera—, no me reparta nada hasta que llegue el Alcalde. Dígale a la comadre Pola, que si el difunto quiere más velas que le ponga otras, debajo de su cabeza está el paquete que mandó la niña Jacintita.

—Ta bien comadre, agora voy.

—Comadre Juliá, venga a estarse un rato al recibo, que quiero ir a rezar un rato, pero me avisa cuando llegue el Alcalde.

Antes de ir a rezarle al difunto, la Juana Sánchez hizo un recorrido por la vela.

—Cómo va compadre, ¿le van ganando? Ah compadre, Ud. ya no tiene ojos para ver ese par de ases.

—Comadre bruta, ya me echó a perder mi juego.

Seguía a la otra mesa, después de dejar rabiando al primer compadre.

—¿Y cómo va ese toro rabón, muchachos?

—Pregúntale al coime ña Juana.

—Haber esta jueventú, de qué se está riendo tanto.

—La Micaila, ña Juana, que nos acaba de contar un chile, que es para miarse de risa.

—Bien, bien, las velas son para gozar, en cuanto rece vengo pa que me lo cuenten a mí.

—Si ña Juana, venga, no se olvide de nosotros.

Y las risas juveniles de aquel grupo de muchachas se confundían con el lúgubre rezo de la rezadora, ésta era la única, que a juzgar por la apariencia, tomaba la cosa en serio.

A las nueve en punto de la noche, llegó el Alcalde acompañado del señor juez, del Síndico Municipal y de los principales del pueblo.

Cuando el Alcalde llegó toda la gente se levantó, la Juana Sánchez, que estaba junto al difunto, ayudada de la rezadora, levantó al muerto un poquito para que viera que su vela iba a ser con Alcalde
y que saludara a la autoridad.

El Alcalde correspondió aquel saludo del difunto Chente con una respetuosa reverencia.

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