25 de enero de 2016

La poza cebada

Fernando Centeno Zapata
I

EL VIEJO Chente en la puerta de su rancho se rascaba el pensamiento con los dedos de la imaginación, y su imaginación como un vehículo desbocado, seguía rodando por el desfiladero impreciso de la duda...

El rancho se inclinaba sobre el hombro del viejo y el viejo se inclinaba bajo el peso del rancho. Algunas bocanadas de sol denunciando el día, se metían ya entre los árboles. Estaba amaneciendo. Cuando el viejo Chente bostezaba le salía humo por la boca.

Sobre un tapesco: Claro, Nicolás, Tránsito, y Chentío, comenzaron a desperezar sus miembros, como un gran pulpo que se estira y que se encoje, después de digerir la presa del sueño.

La Tránsito, escarbaba la ceniza para encender el fuego y con el fuego encender el puro. Por las mechas colgantes del rancho goteaba el sereno. Llegaba imperceptible el líquido rumor del río. Temblaba en los cristales del aire el canto alegre de los pájaros. Reía la soledad del llano.

II

Chente y sus hijos eran “rilleros”. Tiraban las pozas de los ríos y tras el tiro tiraban el cuerpo al agua. Los cuerpos salían derritiendo agua y de las manos derritiendo peces. Esa era la tarea de todas las semanas. Chentío era el único que no se tiraba al agua; se quedaba afuera y se encargaba de amontonar y seleccionar los peces a medida que iban saliendo; Laguneros-Mojarras-Barbudos-Guapotes, todos los iba colgando de la vara, y cuando los hombres salían, ya sólo era de cargar, y viaje...

La mujer en el pueblo vendía los pescados. Los de mejor precio eran los laguneros, le seguían los guapotes y en tercer término estaban los barbudos. Las mojarras tenían muchas espinas. Con una “vendida” a la semana tenían para el resto de los días, que los pasaban sin hacer nada, simplemente monteando o visitando los ranchos vecinos, que como su rancho alineaban su pobreza de basura con una indiferencia extraña.

Chentío era el único que no salía de su rancho, o mejor dicho, sólo se atrevía a ir al rancho más cercano, el de los Pérez. Allí iba a jugar con la Micaila, otra chigüina que como él no arrimaba a los trece; pero la Micaila era avispada e inquieta y ya se le veían sombras de sexo jugueteando en su débil cuerpecito.

Ellos jugaban con una inocencia campesina, sencilla como el valor de los pájaros, o como la caída de una hoja, pero jugaban, y sin que nadie los cuidara, porque eran chigüines, se iban a bañar al río. Los chigüines comenzaban por desvestirse sin malicia. Luego se volaban arena. La Micaila se corría, la seguía Chentío; después tomaban agua de la corriente y se pringaban. Entonces sus cuerpecitos se estremecían, se recogían como un suspiro, y para no sentir frío, se tiraban al agua.

Con arena se restregaban el cuerpo, ella a él le hacía cosquilla en la espalda, y él a ella, le pasaba las manos por los senos que apenas se asomaban con timidez nerviosa. Los días corrían como el agua, sin detenerse, sin pensarlo. El viejo Chente y sus hijos seguían tirando pozas y la mujer vendiendo los pescados en el pueblo.

III

Venía la Cuaresma. El viejo Chente estaba cebando para ese entonces la poza del “Mata Palo”. Se iba oscurito, llegaba sin hacer ruido y comenzaba a silbarle a los peces: fuuuuuuus fiiiiís, fuuuuuuus, fiiiiís y luego le tiraba la ceba: pedacitos de rana, mazamorras, pescado seco, guayaba mascada, a la guayaba no le hacían mucha entrada. Los peces con el silbido se dejaban venir y el viejo Chente abría los ojos de tanta hermosura. Era una poza rica en guapotes y laguneros, él ya casi los tenía contados, ¡y la poza estaba tan escondida entre las ramazones que nadie se había fijado en ella! El viejo Chente calculaba que con “aquello” comería por lo menos un mes, y que todavía tendría para vender.

Era allá por el mes de marzo. El viejo Chente, previendo que los peces se fueran buscando el lago, porque ya la poza se estaba secando, le había hecho su “tapón”, en fin, todo estaba listo para el gran día. Sus hijos no se imaginaban siquiera aquella “guaca”, y, cuando el viejo les llamó para que se alistaran porque iban a tirar la poza, ellos seguían estirando sus miembros como un gran pulpo después de digerir la presa del sueño. El último en levantarse fue Chentío, había llegado muy noche.

A las sombras mañaneras se juntaron las sombras alineadas del viejo Chente y sus hijos; primero cruzaron el llano, luego la montañuela y al fin llegaron. En silencio se sentaron esperando que aclarara un poquito más, siempre las orillas de los ríos son perezosas en levantarse. Claro alistó la candela para hacer dos tiros, era ésta siempre la tarea de Claro; Nicolás partió un tuquito de mecha y le puso el fulminante, ésta era siempre la tarea de Nicolás; Tránsito y Chentío, cebaban la poza y el viejo Chente se preparaba para el tiro.

Todos se desnudaron. El viejo Chente tomó el medio tiro, le puso el tizón de su puro y se oyó un BOOOOOOmmmmmm, hueco y seco, vieron voltearse las primeras sardinas; dejaron que saliera un poquito de humo del agua, para evitar el dolor de cabeza que da la dinamita, y se lanzaron. Minutos después sacaron las cabezas, tomaron “juergo” y volvieron a hundirse.

Los peces les pasaban por las manos, por los ojos, se les restregaban en el cuerpo, pero no podían atraparlos: estaban vivos, muy vivos... Salieron de la poza jadeantes. Sin hablar, el viejo Chente, tomó el otro tiro, le puso el tizón de su puro y se oyó una nueva detonación. BOOOOOOmmmmmm. Nuevas sardinas se voltearon, y ahora tras el BOOOOOOmmmmmm, que se oyó más hueco y más seco, se lanzaron al agua.

Pero los peces esta vez estaban más vivos, se burlaban de ellos, se dejaban agarrar y luego les saltaban de las manos. El viejo Chente atrapó un lagunero “madre”, pero también le saltó golpeándole la cara. Volvieron a salir jadeantes y cansado. No hablaron.

Chentío hacía rayas en la arena. El viejo Chente no dejó que se vistieran. Desnudos los puso en fila, tomó su cutacha y les dijo:

“Más de alguno de ustedes tiene mujer preñada y agora me van a decir la verdá o los mato a todos”, y blandió la cutacha. Chentío, que hacía siempre rayas en la arena, salió a toda carrera sobre el tambor del llano….

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