26 de enero de 2016

Solo eso


Fernando Silva
El ruido del motor se oía más cerca, más bien salía el ruido del lado de la montaña con el eco.
A ratos, como que el viento lo apaga y entonces se oye más lejos otra vez y así está hasta que uno divisa al fin aparecer el remolcador y las lanchas planas sobre el río.
El poco de garzas salen aleteando y se van volando lentamente, mientras un oleaje queda meciendo los gamalotes de la orilla.
La tarde era la misma unos grandes genízaros y los altos cedros al otro lado. Los pasajeros están parados en el muelle y se quedan mirando la larga calle del puerto.
Yo estoy sentado aquí en la puerta esperando la hora de cenar.
Con este cigarrillo ya me he fumado cuatro.
Solo faltaba que empezara a llover otra vez ahora.
La semana pasada tuvimos vendaval de lunes a sábado y han seguido los días nublados.
Me gusta el invierno, siempre me ha gustado.
Estamos en luna nueva.
La luna entre los nubarrones sale apenas.
Don Concho el maquinista de la Aduana me decía ayer que va a seguir el temporal.
-Fíjese en la luna, amigo -me decía.
Me acuerdo de Don Concho.
Me acuerdo de la Rosa y de doña Elisa y del Maitro Luis y de doña Juliana siempre en la cocina y con su bata negra por el duelo de una gata.
Me acuerdo de don Alfonso Gómez H , el Secretario ¡Mi amigo don Alfonso!
Y de los Cascanes y de los Herreras y de los Bolbinas y de la sombra del Comandante, cuando en la noche se salía a colgar la lamparita en el alero de la puerta, y la sombra se estiraba sobre la calle y llegaba hasta el río, hasta el agua.
Don Concho el maquinista de la Aduana vive con doña Paula.
Doña Paula es fea, pero tiene la gracia de reír con ganas.
Ayer me preguntaba si yo creía en los muertos, en los muertos que salen.
-Salen para dónde? -le pregunté- Es que ya se van los muertos? Y quién va a quedar, entonces?
Y ella se rió con ganas.
-Ud es de los que no creen -me dijo.
-No -le dije- todo lo contrario. Y ella se rió con ganas.
-Ud sabe -me dijo seria- lo que le sucedió a los Báez el otro día?
-Ajá !
-Pues le voy a contar.
Se sentó en la banca, y yo me senté a la orilla.
-Pues el otro día que tenía que salir para San Carlos don Lolo, le dijo a doña Carmela "Me levantas en la madrugada, hijá, para salir temprano", le dijo.
Pues él se acostó a dormir y cuando ya creyó que era de madrugada, se empezó a desperezar, en eso sintió ruido en la cocina y pensó que era doña Carmela que estaba prendiendo el fuego para alistarle el café y no hizo caso, pero al rato una voz una voz baja y ronca a su orilla, que le dijo
-"¡Lolo! ¡Lolo!" -¡Esh! -dijo él y se enderezó un poco, espió y al rato la voz otra vez
-"¡Lolo! ¡Lolo!"
Brincó de la tijera y buscó algo, un palo que fue lo primero que halló y otra vez lo voz
-¡Lolo! ¡Lolo! ¡Casate!
-Vea -me dijo doña Paulo, poniendo la cara seria. Solo doña Carmela dormía en la otra pieza, y don Lolo piensa que era la voz del difunto Ramón, su Tata dél, que era muy católico y ha de estar penando quién sabe -agregó pensativa.
-Quién sabe! -repetí yo
-¡Ajá! ¡Qué me dice pues! ¡Ay tiene una prueba!
-¡Quién sabe! -le repetí.
La vieja se levantó un momento.
-Me voy a fumar otro cigarrillo -le dije.
Saqué el cigarrillo y lo encendí, tiré una bocanada de humo y le pregunté
-y don Lolo se casó, al fin?
-Y con qué cura?
-Pero en San Carlos
-¡Ah ! -pensó un rato y volvió— pero qué será que lo gente se casa y entonces comienzan las dificultades?
-Tal vez a Dios no le gustan los casados.
-¡Cállese! ¡Qué cosas! I diay Tal vez!
-Vea, por ejemplo, el hondureño que vive en El Grillo es casado y la mujer yo lo sé, le reza a Santa Brígida para que se muera, porque el hombre es un demonio, palo y polo eso es lo que le da.
Y Ud doña Paula, no es Ud casada?
-Pues, para decirle verdad, medio casada y medio soltera. A mí me echó la bendición mi madre cuando se moría y como Concho es muy fino, para que le voy a mentir yo no me quejo.
-Doña Paula -le dije cambiando de conversación- Ud es de aquí de El Castillo?
La vieja se volvió o sentar.
-Le voy o contar -me dijo
-Yo no soy propiamente Castilleña Vine hace años a los cortes de madera de Mr Laines con mi tío y mi madre. Murieron los viejos y yo me hallé a Concho y nos juntamos. La vida, si me pregunta es todo eso. Yo estoy conforme y quisiera algo más, pero no se puede ay vamos. Concho, para que le voy a decir, él cree que eso es todo, pero uno se aflige a veces, verdad? Yo quisiera irme al interior, pero quien sabe. Ai el otro día fuimos a la Barra y las mismas cosas, y qué dije yo, nada de esto cambia, parece que cambia pero siempre nos vamos y después venimos. La verdad que hasta que uno está en su casa, en su tierra, hasta entonces uno es de verdad yo no sé, pero Ud me entiende, verdad?
-Me voy a fumar otro cigarrillo -le dije.
Y ella se rió con ganas
Se levantó para ir a la puerta, divisó un rato la calle y volvió.
-Y usted? -me preguntó.
-y yo? -me repetí yo.
Lancé una bocanada de humo, estiré los pies y me miré la punta de los zapatos, toqué un zapato con el otro moviendo los pies, nervioso.
-Volvía a verme como cuando se inclina uno sobre el río cogiendo con las manos agua para beber y hubiera sentido de nuevo chorrearme el agua que se escapa de las manos sobre el pecho, remojorme la camisa y oír después a mi padre.
-Venís todo empapado un catarro andás buscando.
-¡ Pasame los fósforos!
¡Lleva te esa silla para adentro!
-¡Anda traeme el reloj!
-¡Ve a ver si trajeron carta!
-¡Cambiate esa camisa!
-¡Comprame una mecha para la lámpara!
-¡No te andés metiendo en los charcos!
-¡No vengas tarde a comer que se enfría la sopa!
-¡Sé serio, Fernando sé serio! Que yo estás grande.
Y el río culebreaba entre mis manos, y la lluvia me rozaba la espalda y me daba escalofríos, y el puerto solo, largo, con el cielo nublado siempre, y yo chiflando al perro y corriendo a esconderme detrás de unos barriles, mientras el perro lloraba buscándome y moviendo la cola y lo cabeza.

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