Fernando Silva
El ruido del motor se oía más cerca, más bien salía el ruido del
lado de la montaña con el eco.
A ratos, como que
el viento lo apaga y entonces se oye más lejos otra vez y así está hasta que
uno divisa al fin aparecer el remolcador y las lanchas planas sobre el río.
El poco de garzas
salen aleteando y se van volando lentamente, mientras un oleaje queda meciendo los
gamalotes de la orilla.
La tarde era la
misma unos grandes genízaros y los altos cedros al otro lado. Los pasajeros
están parados en el muelle y se quedan mirando la larga calle del puerto.
Yo estoy sentado
aquí en la puerta esperando la hora de cenar.
Con este
cigarrillo ya me he fumado cuatro.
Solo faltaba que
empezara a llover otra vez ahora.
La semana pasada
tuvimos vendaval de lunes a sábado y han seguido los días nublados.
Me gusta el
invierno, siempre me ha gustado.
Estamos en luna nueva.
La luna entre los
nubarrones sale apenas.
Don Concho el
maquinista de la Aduana me decía ayer que va a seguir el temporal.
-Fíjese en la luna,
amigo -me decía.
Me acuerdo de Don
Concho.
Me acuerdo de la
Rosa y de doña Elisa y del Maitro Luis y de doña Juliana siempre en la cocina y
con su bata negra por el duelo de una gata.
Me acuerdo de don
Alfonso Gómez H , el Secretario ¡Mi amigo don Alfonso!
Y de los Cascanes
y de los Herreras y de los Bolbinas y de la sombra del Comandante, cuando en la
noche se salía a colgar la lamparita en el alero de la puerta, y la sombra se
estiraba sobre la calle y llegaba hasta el río, hasta el agua.
Don Concho el
maquinista de la Aduana vive con doña Paula.
Doña Paula es fea,
pero tiene la gracia de reír con ganas.
Ayer me preguntaba si yo creía en los muertos, en los muertos que salen.
-Salen para dónde?
-le pregunté- Es que ya se van los muertos? Y quién va a quedar, entonces?
Y ella se rió con
ganas.
-Ud es de los que
no creen -me dijo.
-No -le dije- todo
lo contrario. Y ella se rió con ganas.
-Ud sabe -me dijo
seria- lo que le sucedió a los Báez el otro día?
-Ajá !
-Pues le voy a
contar.
Se sentó en la
banca, y yo me senté a la
orilla.
-Pues el otro día
que tenía que salir para San Carlos
don Lolo, le dijo a doña Carmela "Me levantas en la madrugada, hijá, para
salir temprano", le dijo.
Pues él se acostó
a dormir y cuando ya creyó que era de madrugada, se empezó a desperezar, en
eso sintió ruido en la cocina y pensó que era doña Carmela que estaba
prendiendo el fuego para alistarle el café y no hizo caso, pero al rato una voz una voz baja y ronca a su orilla, que
le dijo
-"¡Lolo!
¡Lolo!" -¡Esh! -dijo él y se
enderezó un poco, espió y al rato la
voz otra vez
-"¡Lolo! ¡Lolo!"
Brincó de la
tijera y buscó algo, un palo
que fue lo primero que halló y otra
vez lo voz
-¡Lolo! ¡Lolo!
¡Casate!
-Vea -me dijo doña
Paulo, poniendo la cara seria. Solo doña Carmela dormía en la otra pieza, y don Lolo piensa que era la voz del
difunto Ramón, su Tata dél, que era muy católico y ha de estar penando quién
sabe -agregó pensativa.
-Quién sabe!
-repetí yo
-¡Ajá! ¡Qué me
dice pues! ¡Ay tiene una prueba!
-¡Quién sabe! -le
repetí.
La vieja se
levantó un momento.
-Me voy a fumar otro
cigarrillo -le dije.
Saqué el
cigarrillo y lo encendí, tiré
una bocanada de humo y le
pregunté
-y don Lolo se casó, al fin?
-Y con qué cura?
-Pero en San
Carlos
-¡Ah ! -pensó un
rato y volvió— pero qué será que lo
gente se casa y entonces comienzan las dificultades?
-Tal vez a Dios no
le gustan los casados.
-¡Cállese! ¡Qué
cosas! I diay Tal vez!
-Vea, por ejemplo,
el hondureño que vive en El Grillo es casado y la mujer yo lo
sé, le reza a Santa Brígida para que se muera, porque el hombre es un demonio,
palo y polo eso es lo que le da.
Y Ud doña Paula, no
es Ud casada?
-Pues, para
decirle verdad, medio casada y medio soltera. A mí me echó la bendición mi
madre cuando se moría y como Concho es muy fino, para que le voy a mentir yo no
me quejo.
-Doña Paula -le
dije cambiando de conversación- Ud es de aquí de El Castillo?
La vieja se volvió
o sentar.
-Le voy o contar -me
dijo
-Yo no soy
propiamente Castilleña Vine hace años a los cortes de madera de Mr Laines con
mi tío y mi madre. Murieron los viejos y yo me hallé a Concho y nos juntamos. La vida, si me
pregunta es todo eso. Yo estoy conforme y quisiera algo más, pero no se puede ay
vamos. Concho, para que le voy a decir, él cree que eso es todo, pero uno se aflige
a veces, verdad? Yo quisiera irme al interior, pero quien sabe. Ai el otro día fuimos
a la Barra y las mismas cosas, y qué dije yo, nada de esto cambia, parece que cambia pero siempre nos vamos
y después venimos. La verdad que hasta que uno está en su casa, en su tierra, hasta entonces uno es
de verdad yo no sé, pero Ud me entiende, verdad?
-Me voy a fumar
otro cigarrillo -le dije.
Y ella se rió con
ganas
Se levantó para ir
a la puerta, divisó un rato la calle y volvió.
-Y usted? -me preguntó.
-y yo? -me repetí
yo.
Lancé una bocanada
de humo, estiré los pies y me miré la punta de los zapatos, toqué un zapato con
el otro moviendo los pies, nervioso.
-Volvía a verme como cuando se inclina uno sobre el río cogiendo con las manos
agua para beber y hubiera
sentido de nuevo chorrearme el agua que se escapa de las manos sobre el pecho,
remojorme la camisa y oír después a mi padre.
-Venís todo
empapado un catarro andás buscando.
-¡ Pasame los
fósforos!
¡Lleva te esa
silla para adentro!
-¡Anda traeme el
reloj!
-¡Ve a ver si
trajeron carta!
-¡Cambiate esa
camisa!
-¡Comprame una
mecha para la lámpara!
-¡No te andés metiendo en los charcos!
-¡No vengas tarde
a comer que se enfría la sopa!
-¡Sé serio,
Fernando sé serio! Que yo estás grande.
Y el río
culebreaba entre mis manos, y la lluvia me rozaba la espalda y me daba escalofríos, y el puerto solo,
largo, con el cielo nublado
siempre, y yo chiflando al
perro y corriendo a esconderme detrás de unos barriles, mientras el perro
lloraba buscándome y moviendo la cola y lo cabeza.
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