Carlos Enrique Sirias
Fue una vez, en un pueblito lejano llamado Santo
Domingo. Habitaba una familia muy religiosa, cuya única hija se llamaba
Estelita, quien a decir verdad, era educada, amable y dedicada a las cosas de
Dios.
La niña asistía todas las noches a los cultos de su
congregación Iglesia de Cristo Romano 16:16. Su familia, como el resto de
miembros de su congregación, era muy pobre. Estelita no lograba entender por
qué siendo ellos tan fieles a Dios, nunca podían superar sus condiciones de
vida. Con dolor observaba y se preguntaba cómo vivían algunos hermanos de la
iglesia, tal y como se dice en el buen nicaragüense: Coyol quebrado, coyol
comido.
Ella oraba frecuentemente pidiéndole a Dios que les
ayudara, pero al no encontrar respuestas a sus peticiones, angustiada y llorosa
se preguntaba: ¿Será que estamos en pecado? ¿Será que no estamos orando bien?
¿Será que Dios no escucha nuestras oraciones?
Después de revisar la actitud de su familia y la de
su iglesia se dio cuenta que todo estaba bajo las exigencias que mandaba Dios
mediante la Biblia. Después de tanto meditar y buscar las respuestas a sus
preguntas infructuosamente, rompió a llorar inconsolablemente hasta quedar
dormida.
Esta situación se presentaba todos los días, la
niña ya casi no dormía, ayunaba, cantaba sin encontrar soluciones. ¿Por qué
Dios no escuchaba sus súplicas? ¡Pobre niña! A sus escasos dieciséis años
estaba bastante confundida.
Una mañana, cuando leía un libro cristiano,
recapacitó y pensó con gran emoción: ¡Claro! Dios no nos escucha porque no
debe hablar bien el español. Y como la lengua más universal es el inglés, sólo
escucha a los que oran en ese idioma.”
— Haber, haber... ¡Sí., claro... eso es..!
-razonaba en sus adentros-. ¿Cuál es la potencia del mundo?
Los Estados Unidos.
¿Dónde están las iglesias más grandes? En los Estados Unidos. ¿Dónde son
publicados mayoritariamente los testamentos bíblicos? En los Estados Unidos.
¿Dónde viven los más grandes predicadores? En los Estados Unidos.
Creyendo haber encontrado la respuesta a su
enigmático problema sonrió y gritó a viva voz: ¡Voy a aprender inglés!
Pero ¿Cómo? ¿Quién se lo enseñaría? Inmediatamente comenzó a recorrer en su
mente todo aquel pueblo en busca de la persona que le enseñara tan codiciado
idioma. Llegó a la conclusión que doña Zenelia, la mujer más rica del pueblo,
podría ser la candidata. Ella era una viuda de aproximadamente 60 años de edad,
muy cómoda y católica. Era una mujer muy estudiada, sabía hablar y escribir muy
bien el inglés, y hasta dicen que era hija de un gringo. Estelita llegó a casa
de doña Zenelia y tocó la puerta. La señora abrió.
— Buenas tardes doña Zenelia, que Dios la bendiga
-saludó Estelita.
— Buenas tarde hija, y qué milagro venís a este
humilde hogar -respondió doña Zenelia amablemente-. Pero pasá muchacha y
sentate. ¡Ya ves cómo me escucha Dios! Ahorita estaba pidiéndole que me enviara
a alguien con quien platicar...
Mientras doña Zenelia hablaba, Estelita pensaba: Lo
sabía, Dios sólo escucha a los que oran en inglés.
— Disculpe que la interrumpa, pero vengo para
proponerle un trato.
— Hija, ¿qué trato me propones? -intrigada preguntó
doña Zenelia.
— Dicen que usted necesita una afanadora -afirmó
Estelita como para introducir su propuesta.
— Es cierto, pero aún no encuentro a alguien de
confianza -aceptó la señora.
— Si usted quiere, yo puedo ser su empleada.
Además, la paga que yo reciba quiero utilizarla para aprender a hablar y
escribir inglés. Necesito que usted me enseñe ese idioma. Yo le pagaré con lo que
gane trabajando.
— ¡Claro hija! ¡Qué mejor empleada que tú! En lo
que no estoy de acuerdo es que vas a pagarme para que te enseñe inglés -respondió
con semblante fingidamente serio doña Zenelia.
— Disculpe, no fue mi intención ofenderla -repuso
preocupada Estelita.
— ¿Cuál ofensa, muchacha? Si lo que quiero decirte
es que no tienes por qué pagarme. Te enseñaré dos horas diarias; ya verás cómo
estarás hablando y escribiendo el inglés muy pronto.
— ¡Muchas gracias! Dios se lo pague.
Así cerraron el trato, contentas y emocionadas.
Particularmente Estelita estaba que brincaba.
Una vez en casa contó a sus padres sobre el trato
con doña Zenelia, éstos complacidos aprobaron la idea de la muchacha, pero a su
vez recomendaron no descuidar las cosas de Dios. En lo adelante, Estelita
trabajaría y estudiaría inglés en casa de doña Zenelia.
Empezadas las clases, lo primero que aprendió a
escribir y a pronunciar del inglés fue la palabra God. ¡God!
Pasó el tiempo. Estelita trabajó y estudio
afanosamente. Cuando sintió haber aprendido y dominar el inglés, pensó: Bueno,
bueno... de ahora en adelante voy a orar solo en inglés y esperaré los
resultados, porque estoy segura que Dios si me responderá”. Esa misma tarde
empezó su plegaria.
— ¡Oh, my God!.. -y continuó la plegaria pidiendo
por la superación espiritual, económica y social de su iglesia. Esto lo hacía
mañana, tarde y noche.
Al pasar el tiempo y no ver los resultados
deseados, se puso triste y llenó nuevamente su cabeza de preguntas sin
respuesta. Se preguntaba insistentemente por qué Dios no la escuchaba. ¿Será
que no hablo bien el inglés? ¿Estaremos en pecado? ¿Qué será? Se
angustiaba.
En la tormenta de su mente y con una lectura
bíblica, donde el predicador se refería a lo que Cristo decía: “Estaré ahí,
donde dos o más estén reunidos en mi nombre”. ¡Oh, es cierto! Esa es la
respuesta, se dijo a sí misma.
— Dios no me escucha porque solamente yo oro en
inglés. ¡Claro! Si toda la iglesia orara en inglés, con seguridad Dios nos
escucharía -Se dijo quedito Estelita.
Enseguida habló con el predicador de la iglesia y
le expuso su inquietud. Los fieles de la iglesia deberían aprender a hablar
inglés, de esta manera se haría más fácil la comunicación con Dios y las demás
iglesias en el extranjero. El predicador estuvo de acuerdo y junto con Estelita
prepararon el horario de clases. A los pocos meses la congregación ya sabía
hablar inglés, claro, algunos mejor que otros. Los jóvenes aprendieron con
mayor fluidez y rapidez.
Cuando la congregación estaba preparada, Estelita
hizo otra propuesta: que los días jueves, día de oración, lo hicieran en
inglés. Asunto que todos los fieles estuvieron de acuerdo, y fue así que
empezaron a orar los días jueves en inglés.
Pero los días, semanas y meses pasaron. A pesar de
las oraciones en inglés no obtenían respuestas. Estelita volvió a entristecerse
acuñando la misma interrogante: ¿Por qué Dios no nos escucha?
¡Oh! Estelita se convirtió en profesora de inglés
del instituto local, así también lo hicieron otros hermanos, una parte laborando
en colegios privados y otra en sus respectivas casas.
La iglesia crecía en miembros cada vez más.
Al encontrarse empleados la mayoría de los
hermanos, por supuesto, las ofrendas eran más significativas y cuantiosas, con
lo que recaudaban resolvían problemas de las personas más necesitadas.
Durante una tarde Estelita estudiaba la Biblia, en
una de sus partes logró descubrir el idioma que Dios habla. Según el Antiguo
Testamento el pueblo de Dios hablaba el hebreo, y según el Nuevo Testamento,
Cristo -el hijo de Dios- hablaba el arameo; por tanto, concluyó, el idioma que
Dios habla es el hebreo y arameo. Pero, ¿cómo aprenderlo? ¿Quién se lo
enseñaría?
Una mañana llegó una visita de los Estados Unidos
de América a la iglesia de Cristo. Resultó todo un suceso para los visitantes
que se comunicaran en inglés con la congregación. Estelita aprovechó la ocasión
para expresar su nueva inquietud. Uno de los visitantes se declaró de origen
judío, sabedor del hebreo y arameo. Al escuchar el interés de Estelita, éste se
comprometió a enviarle lecciones semanales sobre ambos idiomas.
Pues resulta que Estelita propuso nuevamente a la
iglesia, que las oraciones en español se realizaran los días lunes, en hebreo
los martes, en arameo los miércoles y en inglés siempre los jueves. De esta
manera no fallarían en su comunicación con Dios, seguramente los escucharía en
sus peticiones.
El rutinario calendario avanzó y según Estelita,
Dios continuaba sin escucharlos.
¡Oh, ahora qué vamos hacer! Dios se ha olvidado de
nosotros, ¿cuál será el idioma que habla? ¿Cuál?
Se martirizaba con preguntas
tras preguntas.
Tal parece, Dios no habla español, ni inglés, ni
hebreo ni arameo.
En otra de tantas tardes, sentada en una banca del
parque municipal, la pobre niña sumergida en su pensamiento, sin querer,
escuchó una extraña conversación que la hizo entrar en razón.
Contiguo a la banca donde estaba sentada, se
encontraban platicando amenamente el Alcalde del pueblo y el cura de la ciudad.
— Señor Alcalde, ¿ha visto usted cómo los miembros
de la iglesia de Cristo ha convulsionado al pueblo? -Comentó interrogativamente
el cura.
— ¡Claro que sí! La noticia se ha regado en demás
municipios -respondió el Alcalde.
— Es cierto. Ayer pasé por la Libertad y cuando me
detuve a tomarme un refresco en el parque, escuché que las autoridades del
lugar vendrán aquí, a Santo Domingo, a solicitarles a los hermanos de la
iglesia de Cristo que pongan una escuela en La libertad, a fin de que enseñen
los idiomas que hablan. Ahhhh... dicen que les pagarán muy bien.
— Pues fíjese curita -con expresión de satisfacción
correspondió el Alcalde-, que en la sesión del Concejo tomamos el acuerdo de
apoyar a esta iglesia con un local para que instalen una Escuela de Idioma.
— Ideay otro asunto interesante -amplió el cura-:
¡Cómo ha crecido en miembros esta iglesia! ¿Se ha fijado cómo reciben ayuda de
los Estados Unidos?
— Hasta tienen un consultorio médico... brindan
consultas y medicamentos totalmente gratis -respondió con cierto asombro el
señor Alcalde.
— No hay duda que Dios escucha a esta gente. Cómo
responde a sus clamores. Ah, que si fuera en la iglesia católica...
— Bueno, así como van las cosas, esta gente darán
de qué hablar con su fe, amor y esperanza en este país.
— Eso ya está sucediendo, téngalo por seguro
-respondió convencido el cura.
— Claro que sí, claro que sí -repetía el Alcalde
como concluyendo el tema de conversación.
Al término de aquella plática entre el Alcalde del
pueblo y el cura de la ciudad, la jovencita, casi muerta en llanto, corrió a su
casa. Al llegar se arrodilló frente a sus padres. Pidió perdón a Dios por no
haberse dado cuenta que la escuchaba desde un inicio, que le señaló el camino y
la condujo, finalmente, a descubrir el idioma que habla.
Por la noche, durante el culto, pidió perdón a Dios
públicamente. Dio las gracias por los resultados obtenidos en lo personal, para
su iglesia y la comunidad. Aclaró a los hermanos que no importa cuál idioma se
hable, sea este inglés, español, hebreo, arameo, francés o latín, siempre que
pidamos de corazón. Estelita descubrió que el idioma que Dios habla es la fe,
la esperanza y el amor. Sólo así nos haremos escuchar.
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