23 de febrero de 2016

Francisco

Fernando Silva.

El hombre abrió la puerta y vio que todo estaba oscuro afuera. No había luna ni luz en las otras casas, sólo algunos hachones pringados en la hierba
-Va a llover -dijo el hombre. Este bochorno es de agua. Dio la vuelta y se volvió a meter.
-No es tarde todavía -pensó, y se vino a acostar. Se pasó la mano por el pecho sudado y se restregó las canillas
-Tengo miedo -se dijo. Sí, tengo miedo. Yo nunca me he metido en nada, pero ahora ya está, qué vamos hacer.
Después se quedó ahí en lo oscuro con los ojos abiertos. Por la mente le pasaban figuras y figuras, como si se hubiera puesto a hojear una vieja revista, y así se veía él, cuando estaba en la Aduana, en el tiempo que vivió en el puerto. Entonces trabajaba como carguero y cuando había necesidad, hacía de motorista del pequeño remolcador que pasaba los bultos pesados a los otros muelles. Aquellos días, ahora los recordaba bien -sobre todo el sol del verano y el calor- Mucho le había gustado siempre el calor y el solazo de los muelles, y los pringues de agua al levantar los mecates entre los renglones ennegrecidos del muelle viejo. El sudor que le corría ahora por el pecho, le recordó los días cuando le tocaba trabajar en los lanchones, y volvía rendido y se echaba estirado junto a la bodeguita, en el piso de la orilla, recibiendo la brisa del lago al mediodía, con los ojos ardiéndoles del gran resplandor y esperando oír el golpe del riel y el grito de la gorda en el otro alero del pasadizo. A Comer! A comer! Y cuando se enderezaba. Me parece que lo estoy haciendo ahorita -se dijo- le quedaba el cuerpo pintado con el sudor sobre las tablas, la espalda, el círculo del pelo, dos manchas grandes de los hombres y los brazos a la orilla del cuerpo y estoy con miedo -se repitió.
-Pero no hay nada que temer A ver! -pensó- se levantó un poco alzando la cabeza, se enderezó y se sentó a la arillo de la tijera. Voy a repasar lo que tengo que hacer. Y empezó lo primero es esperar la llamada, son tres veces. Voy a oír una piedra caer sobre el tejado tres veces. Como mi casa es la primera al subir la loma, esto quiere decir –se explicó- que ellos van a venir de abajo. Cuando caiga la última piedra, espero, debo contar lentamente hasta ciento ochenta, esto quiere decir que son tres minutos -se volvió a explicar- es el tiempo que tienen calculado que gastarán en atravesar el solar. Ojalá lo hagan por el lado de los palos de resedo.
-Así le dije yo al doctor –recordó- Para que me metí yo en ésto! -volvió a pensar- bueno -recapacitó- sigamos. Entonces ya abro una sola hoja de puerta y espero a un lado. Un hombre se va a aparecer.
-Qué hora es? -me va a preguntar, y yo le voy a contestar- Son sólo 23. Y me va a volver a decir. -Eso será como hoy que es 23 de Mayo. Esa es la clave. Yo debo tener listo el cuchillo porque en cualquier momento Ud debe usar el cuchillo y huir, me dijo el doctor, y se interrogó enseguida y podría matar yo? Y se contestó -Bueno lo que yo haría, francamente es volarle la puerta encima.
Sigamos –dijo- Yo los llevaré al lugar, lo importante está en pasar el peñón del resguardo, lo mejor sería pasar por allí oscuro. Yo sé que allí sólo está un guardia, un pobre guardia enfermo. Yo ya estuve hablando con él ayer en la tarde. Ya le expliqué todo eso al doctor. Pero para evitar cualquier contratiempo es mejor pasar detrás de la caseta y doblar a la derecha hasta el cerco que queda junto al charco. Los rifles los van a llevar en unos sacos, la máquina la lleva uno de los muchachos. Cuando entremos a la montaña, ahí seré yo el que manda, yo calculo que serán tres días hasta la costa, a la Punta de Coral. Con los anteojos del doctor divisaremos el barco. Todo un día vamos a gastar en desembarcar las ramas y todavía un día más para esperar al otro grupo que recogerá las armas y las va a llevar hasta los chiqueros nosotros vamos a volver por el mismo camino o seguiremos. . quién sabe.
La noche era bien oscura. Todo va bien. Hasta ahora he cumplido con lo que me han encargado pero tengo miedo tengo miedo -se repitió- miedo a todo y a nada. "El corazón no traiciona" -Decía mi compadre Trinidad- y el pobre murió de un tiro -y se sonrió- qué cosas! –exclamó.
Ahora estaba sentado en un rincón de la casa y miraba con atención a los seis muchachos echados en el suelo.
-Quiénes serán? -se preguntó Quién será el padre de aquél?
De ese otro que está de pie? De aquel sentado junto a la pared? Todos parecen de buena familia, hablan como gente fina. No hay que hacer -exclamó- estos muchachos son valientes- pensó un momento. Serán valientes? Se quiere valor para meterse en esto y yo para qué me metí? -y se preguntó- y yo soy valiente?
-Oiga amigo - dijo uno de los del grupo y se arrastró hasta la orilla donde estaba el hombre.
-Ajá -le contestó el hombre.
-Ud conoce bien este lugar, verdad?
-Sí, le contestó el hombre, y enseguida pensó Por qué me preguntará eso?
Después se le acercó otro de los muchachos.
-Cuántos guardias hay en el resguardo del Peñón? -le preguntó-
-Uno -le respondió el hombre.
-Ah, bueno -dijo el muchacho- a ese lo tronamos.
-Ehs! -se dijo el hombre-
Sería capaz éste de matar a un pobre guardia enfermo.
-Es un solo guardia el que está allí -le explicó el hombre- Un pobre guardia enfermo -le agregó.
El muchacho no le oyó. Se habían agrupados los muchachos y hablaban algo en voz baja.
-Qué calor - dijo uno de los muchachos levantándose y volviéndose donde el hombre le preguntó No se podría abrir esa ventana?
-No será peligroso? -le preguntó otro.
-Están nerviosos -pensó el hombre- tienen miedo, como yo- y se sonrió. Está bien –contestó después el hombre- voy abrir esa ventana, y encaramándose en una de las reglas del tabique empujó la ventana para afuera. El hombre volvió a sentarse a su rincón y siguió pensando.
¿Quiénes serán? -se distrajo un momento y siguió pensando- Así pudiera estar un hijo mío. Uno de estos muchachos pudiera ser un hijo mío. El flaco alto que tiene una gorra en la mano, no me gusta, ese, otro bajito, lo veo muy insignificante. Un relámpago abrió una brecha de luz que entró por la ventana y alumbró por un instante los rostros de los muchachos.
-El que está a la derecha -se dijo con seguridad- ese muchacho sí me gusta. Así bajo, grueso, moreno, con el pelo corto y crespo -así sería mi hijo se dijo con satisfacción. Y observando al muchacho que había elegido en lo oscuro, siguió -Es el único que no ha hablado nada, ni me ha preguntado nada. Ha de ser calmo, frío como yo y valiente –cabeceó dos veces y se sonrió- Buen muchacho -continuó- Así estaría un hijo mío, ni más ni menos por qué no tengo un hijo Dios mío -exclamó- y cómo se llamaría mi hijo? -se interrogó- Yo le hubiera puesto Francisco, como se llamaba mi tío, el viejo que me crió a mí. Hubiera gozado mucho mi tío con Francisco de revolucionario. Mi tío era conservador de los de antes "de puro leña con nudos”, decía él -y se sonrió- Así le voy a poner Francisco. Se levantó un poquito para acomodarse en su sitio.
-Si me dan ganas de levantarme y abrazar a este muchacho. Pasó un buen rato. El más alto de los muchachos se levantó, sacó su reloj fosforescente y lo vio haciéndole una sombra con la mano.
-Sólo faltan quince minutos -le advirtió a los compañeros. Los muchachos se inquietaron.
-Oiga! -dijo dirigiéndose al hombre- sólo faltan quince minutos!
-Sí -dijo el hombre y se levantó.
-Ud será el último en salir -le explicó- Espere que yo le dé la señal.
-Sí -dijo el hombre.
Pasaron los minutos. El muchacho alto veía a cada momento su reloj.
-Ya es la hora! -dijo con seriedad, y levantando una mano, agregó- Como está convenido. Y salió ladeándose por la puerta.
Todos salieron. El hombre oyó el ruido flojo de las pisadas entre la basura y luego un retirado golpe de agua al caer algo que se repitió varias veces.
-Están entrando en el bote -se dijo- y esperó. Al rato oyó un silbido. Esa es la señal -se dijo. Salió entonces rápido y cerró la puerta sin hacer ruido y después se vino andando con el cuerpo encorvado.
En el bote estaban todos y otros dos más con sus capotes. A uno de ellos lo reconoció.
-Buenas noches doctor - le dijo. El otro le dio una palmada en el hombro. Entonces los dos nuevos se subieron también en el bote. El hombre entró en el agua y movió para asegurarse el bote. Después se voló de la orilla y se enderezó para arriba. En el bote buscó a Francisco ¿Dónde irá el muchacho? -se preguntó- quisiera que fuera aquí junto a mí. Yo no me hubiera despegado nunca de mi hijo -se dijo.
No se muevan - recomendó el hombre en voz baja y clara. No rocen los canaletes contra el bote, detengan el aliento y empujen con fuerza lentamente, pero con fuerza –recomendó.
-Dónde irá Francisco? -volvió a pensar. Otro relámpago se abrió y entonces se fijó que el muchacho iba adelante. Así va bien -se dijo- Así me da la impresión como que si fuéramos una noche a tirar a los bancos Francisco va adelante con el rifle. Yo llevo el bote y lo voy viendo. El muchacho es listo, en todo se fija y va callado, qué buen tirador sería mi hijo? Por qué no tengo yo un hijo, Dios mío? se lamentó.
Todos iban callados. Sonaba en lo oscuro el golpe del agua.
-Es pesado este chunche -dijo uno.
-Shii!!! -lo callaron de adelante.
Unas grandes sombras caían sobre sus cabezas. El hombre iba doblada sobre el bote, remaba con fuerza, enderezaba el rumbo a tientas, levantaba un poco el cuerpo y resoplaba a veces.
-Cómo va la hora? -preguntó uno de los muchachos.
-Vamos puntuales -contestó otro.
Siguieron en el río. La lluvia sonaba adentro de la montaña. Los relámpagos venían de muy largo, se abrían como latigazos en el cielo. Nadie hablaba, parecían unas sombras que flotaban.
Pasaron un rato. Caía ya una lluvia rala y fría.
-Allá es -anunció el hombre- en ese clarito de la izquierda.
-Ajá –dijeron.
-Vamos a arrimar entre unos guabos que están propiamente a la orilla -empezó a explicar el hombre- debajo de las ramas, porque allí es más oscuro. Entonces salimos en fin a tierra. Después vamos a seguir orillados siempre por la derecha, la cosa es ladear el resguardo del Peñón, sin que nos vean.
-Todos entendieron? -preguntó el muchacho alto.
-Sí –dijeron.
El bote fue entrando debajo del ramal.
-Agáchense -ordenó el hombre. Todos se inclinaron unos sobre otros. Al rato el bote estaba como clavado entre las raíces del árbol.
-Que comiencen a bajar -ordenó el hombre.
-Ya saben lo convenido! -dijo el muchacho alto.
Uno por una de los muchachos fueran saliendo del bote, se oían las voces.
-Con cuidado!
-Cuidado!!
-Salí!!
-Ahora!
-A ver!
-El otro!
-Ya, pues !
Todas estas veces son raras -pensó el hombre suenan como huecas, sin fuerza parecen muertos estos muchachos.
El hambre se bajó por último, afianzó el bote en una de las gambas y salió casi guindado de una rama, se empujó y se meció como un mono hasta tocar la tierra floja y húmeda. Después siguió detrás, capeándose en lo oscuro de los troncos.
-Qué ganas tenga de gritar ¡Francisco! Venite aquí conmigo, hombre! No ves que yo conozco bien
éste lugar tené cuidado muchacho, cuidado te vas a ensartar una espina en el talón tengo miedo por este muchacho –pensó.
El grupo avanzó un buen trecho. Uno de los muchachos llevaba la ametralladora bajo el brazo. Otros dos se detuvieron y pusieron el saco con los rifles en el suelo, enseguida comenzaron a sacar y entreregar a cada uno su arma.
Ya tendrá Francisco su rifle? -se preguntó el hombre- No lo veo a Francisco, qué se hizo? Es capaz este muchacho de andarse por ahí desarmado. No sabemos qué pueda pasar aquí quién sabe!
En este terraplén íbamos a detenernos y alguien saldría a reconocer, es necesario prudencia si pasamos descubierto el limpio que queda para ir al charco, es peligroso.
-Vamos! Vamos! -dijo alguien.
-Quién daría esa orden? -se preguntó el hombre. Carajo! -exclamó- qué locura! si no es eso lo convenido! Quién daría esa orden? -se volvió a preguntar.
-Vamos ya, pues! -dijeron los demás y corrieron unos detrás de otros y avanzaron hasta el limpio junto al charco.
Agáchense! -ordenó uno, y todos se echaron boca abajo en el suelo y se quedaron inmóviles. Qué habrá pasado? -se preguntó el hombre y se quedó en su lugar. No se oía ni la respiración, el silencio podía tocarse con el codo.
-Qué es ese ruido- -se preguntó el hombre, afinando su oído acostumbrado a eso. Pareciera como que alguien se hubiera quedado atrás y avanzara en la punta de los pies. No será Francisco? –se preguntó preocupado. Afiló de nuevo su oído. Sí -se dijo- alguien viene qué raro y no se puede ver nada. Allá se movió algo, detrás de aquel matorral. De donde estoy no puedo gritar. Tal vez es algún animal, aquí hay muchos zorros. Cómo hago? -dijo- el que me queda más cerca creo que es el muchacho alto, pero no debo levantarme. Se ladeó un poquito y levantó la cabeza. Qué raro todo esto! -pensó- y se voltió con rapidez. En el mismo instante, como relámpagos, salieron de los matorrales grandes fogonazos y gritos, gritos de hombres, de bestias y no vio más. Un grito oyó encima de él y se lanzó de cabeza contra unos palos, se ladeó y sintió como un mordisco en un hombro y un montón de tierra sobre la cara.
No se puso a pensar en nada y rodó, rodó hasta ardérsele la cara contra lo hierba, se dio otro voltián hasta que sintió chocar contra el agua. Ahora sí -pensó- y se escondió entre unas cañas. Se tocó con dolor el hombro que le ardía y le sangraba, tenía el brazo pegado al cuerpo, se tocó la mano. Como trapo es mi mano -se dijo sollozando y se zambulló, un momento. Aguantó un rato y después sacó la otra mano para agarrase a unas raíces. No aguanto el hombro -dijo- dejó flotar lo canilla ladeándose un poco él, y se quedó inmóvil.
De donde estaba oía voces, trotes. Se acomodó mejor y esperó echado sobre el agua para coger aliento. Es la guardia -se dijo- Estábamos vendidos, nos estaban esperando. Se soltó de las raíces y dejó flojo el cuerpo para hundirse un rato, después flotó otro momento y levantando la cabeza oyó muy cerca un grito. Traigan un foco! Qué traigan un foco!
Después se volvió a agazapar y esperó. Allí estaba cuando sintió que alguien corría para arriba y luego que alguien se acercaba, se quedó allí, dio unos pasos y se volvió . . , .
-Alguien está aquí -se dijo- parece que está agachado, o que se está escondiendo, puedo oír su respiración desde aquí. Tal vez es Francisco –pensó enseguida y sintió un escalofrío. Francisco -se repitió- mi hijo que viene buscando la orilla, mi hijo! -se repitió turbado de dolor y de miedo- tal vez viene buscando ayuda y viene herido el muchacho, y sintió latirle el corazón, golpearle con fuerza el pecho remojado.
Entonces levantó algo la cabeza y le vio las botas. Es él dijo con emoción que lo ahogaba y entonces se estiró lo más que pudo con angustia levantándose con el hombro ensangrentado, hasta que un relámpago alumbró afuera. Francisco! -le gritó espantado y ya no pudo sostenerse más, cedió la caña que lo detenía y cayó de un solo sobre el charco boca arriba. Sólo fue un fogonazo y el ruido del disparo.
Un guardia corrió para allá y otro guardia se vino a la orilla y alumbró con el foco el charco.
La luz amarilla cayó sobre el agua con sangre como una mancha que se extendió hasta la orilla con los remolinos de lodo del cuerpo que se hundía.
El guardia retiró entonces el foco del charco y alumbró con curiosidad al traidor, le vio primero las botas gruesas, después la pistola guindada en la mano, la camisa remojada de sudor y por último la cara.
-Apagá esa luz, -le ordenó volteándose.

-Bueno -dijo el guardia, y apagó el foco.

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