Fernando
Silva
Aquí
no es donde nos dijeron -me dijo mi compañero.
-Esperate
-le dije- mejor voy a preguntar.
-Señorá
-llamé a una mujer que pasaba en la acera. No sabe Ud si vive por aquí doña
Lola Gaitán?
-Allá
-me señaló la mujer, estirando la mano- después del poste de luz.
-Ah
bueno. Muchas gracias.
Entonces
nos subimos a la otra acera. La calle estaba húmeda y se sentía el alar que
viene del lago, un cierto olor a lodo y sardinas.
-Ojalá
que encontremos comida a estas horas -me dijo mi compañero.
-Vamos
a ver -le dije.
Nos
paramos y golpeamos en la puerta del zaguán.
-Es
en la otra puerta -nos dijo un muchacho. Entonces nos fuimos a la otra puerta
que estaba abierta y entramos. Había
una salita con piso de madera y varios asientos colocados a la orilla de la
pared con los balancines para arriba porque estaban barriendo.
-Buenas
tardes –dijimos.
-Pasen
adelante -nos contestó un hombre que estaba componiendo, a la luz de la
ventana, la pata de unos anteojos. Atravesamos la salita y salimos a un
corredor que quedaba en alto y desde donde se divisaba el lago y las tejas de
zinc manchadas de sarro de una bodega.
Abajo
había un patio con piedras y un gran palo de jícaro bien verde.
En el corredor encontramos varias mesas con manteles y en una de las mesas, dos hombres que estaban terminando de comer.
-Sentémonos
aquí -le dije a mi compañero. Nos sentamos y mi compañero se sirvió un vaso de agua
del pichel que estaba puesto.
-Ah!
-exclamó, escurriendo el vaso- Me venía secando de la sed. Al rato salió una
señora de adentro y se acercó.
-Buenas
tardes –dijo.
-Buenas
tardes -le dijimos- Queríamos saber si
nos pudiera servir algo que comer.
-Vamos
a ver -nos dijo sonriendo. Como es tan
tarde si se esperan un momento. Y se detuvo
a mirar a mi compañero.
-Ud
es Silva, verdad? -le preguntó.
-Sí
-le contestó mi compañero.
-Hijo
de don Chico?
-Sí
Y
qué se ha hecho don Chico? Tiempo tengo de no verlo.
-Está
en Granada
-Pero
está bien?
-Sí.
Ahí va más o menos.
-Me
lo saluda
-Como
no.
La
señora dio la vuelta y volvió a entrar en la cocina.
Uno
de los hombres que estaban sentados en la
otra mesa saludó a mi compañero.
-Donde
quiera te conocen a vos -le dije.
-Callate
-me dijo- Ese es mi amigo don Chemita.
-Don
qué?
-Don
Chemita! Ya va a empezar a hablar -me dijo, oílo- Yo volví a ver a mi compañero.
-Bueno
-le dije
-"Fue en mi viaje a Upala" -empezó a
hablar don Chemita
alzando un poco la voz, como para que lo oyéramos.
-Ajá
-le dijo el otro que estaba con él, y se sonrió con nosotros.
-"Yo tenía unos reales regados -siguió don Chemita- y me fui a recogerlos.
Me voy a aprovechar del viaje -me dije- para traer unas cuatro fanegas de frijoles que me habían encargado, y también me alisté algunas otras cositas
para vender allá, Ud sabe, amigó que este su amigo siempre anda algo que vender.
Bueno pues, me fui en el remolcador de las Pachicas. Salimos sábado, calculando
yo estar de vuelta el miércoles para así coger el vapor Victoria para Granada,
porque también quería llevar a Granada un cacao que pensé comprar en Upala.
-Buen
cacao el de Upala y más barato que el de Rivas. Bueno pues, llegamos sin
ninguna dificultad a Upala. El remolcador de los Pachicas se vino el domingo, temprano. Yo no podía
venirme el domingo porque hasta en la tarde terminaba de hacer mis cobros, sobre todo tenía que esperar el
lunes para comprar el cacao y terminar de recoger lo que me hacía falta de los reales. El lunes y
el martes cobré casi todo, y vea, con
buena suerte, recogí como trescientos pesos y conseguí buen cacao y unos frijoles
muy hermosos y a buen precio. Me alisté de todo y pensé venirme en bote a San Carlos. Ya era
martes, como le dije, y entonces me fui a buscar a un hombre para que me
trajera, pero es difícil con esto de que ahora todo mundo solo coge para la
montaña con la cuestión de la raicilla,
la pagan bien, pero a mí nunca me ha gustado trabajar con raicilla, es
muy expuesto. Bueno pues, me cogió la tarde buscando al hombre, hasta que una señora me recomendó a un tal Saturno. Me
dedico pues a buscar al tal Saturno y
amigo, lo encuentro en una
cantina bien picado Ni pensar! -dije ya- cómo me voy a exponer a irme con un picado Me volví donde
la señora a contarle.
-Tal
vez sabe de algún otro? -le digo.
-No
don Chemita -me dice la mujer-
si ese solo vive picado, así trabaja él. Es verdad que es picado, pero así como
lo ve, es muy honrado.
-Ehs!
-me dije yo- ni lo conozco y yo
con estos reales en la bolsa. Con lo que le cuesta a uno hacer sus realitos
verdad? Pero también pensaba que si esperaba hasta la otra semana que viniera
el remolcador. Qué iba hacer yo allí en Upala gastando en pensión y comida? Y
con los frijoles, el cacao y los reales, y más que tenía esperanzas de coger el
vapor Victoria el miércoles en la tarde. Cómo hago -me dije; y entonces volví a buscar al tal Saturno.
-Yo
le hago el viaje -me dije- en la madrugadita estamos en San Carlos -me aseguró.
-Pero
no siga bebiendo -le digo.
-Ah
nó! Eso, no -dice Saturno, muy serio- Yo trabajo, pero picado. Sin trago yo
estoy perdido -Y se rió- Jua! Jua! -enseñando unos grandes dientes cama
clavijas.
-Ah,
pues no! -le respondí, y me volví a dar vueltas por las calles a ver si me
conseguía alguno otro. No! Qué va! -me decían- Ese viaje solo Saturno se lo
hace. Bueno -me dije- qué vamos hacer! Y me volví donde el hombre.
-Bueno,
Saturno -le dije- alístese, pues.
-Así
me gusta -me respondió.
Y
dónde tiene el bote?
-Allí
abajito.
-Pues
que no nos coja la noche -le dije.
Comenzamos
a cargar. El hombre no parecía, en dos horas tenía cargado el bote. Yo lo
esperé otro rato porque se fue a traer una palanca y el saco ahulado con sus
cosas. Cuando volvió me fijé que traía un litro de guaro en la mano.
-Ah
no! -le dije- Más guaro, no.
-Trato
es trato -me dice- Ud quiere que me muera de la goma?
-Vámonos
pues, de una vez -le digo porque, qué
iba hacer?
Ya era de noche, no había luna. Yo me senté adelante entre los sacos y
Saturno atrás, canaleteando.
-En
el nombre de Dios! -dije yo cuando ya doblamos y se perdían las luces del
muellecito.
-Tal
vez me pueda dormir un rato
-pensé yo- y que en la madrugada ya estemos en San Carlos.
La
noche estaba bien oscura. Voy a rezar el rosario -dije y comencé por contar los misterios en los botones de
la camisa y las Ave Marías con los dedos,
pero me aburrió. Me puse a pensar un rato.
Salo
se oía el golpe del agua y los pujidos de Saturno empujando con el canalete. Allá,
de vez en cuando, jalaba el
litro de guaro y se lo empinaba. Hasta donde estaba yo oía saborearse al hombre.
-No
quiere un quemón, don Chemitá? –me dice.
-No,
hombré -le contesté- yo no bebo.
-¡Ehs!
-pensé yo- Este como que quiere picarme. Qué difícil se gana uno sus reales.
Y
este hombre -pensé- ¡Qué pierde con nada! Conmigo, por ejemplo. Además, este
hombre ha de saber que yo traigo dinero, y que traigo además unos buenos reales
en frijoles y cacao!
Cuándo
que no! Como no va saber esta gente lo que cuesta un saco de frijoles o de
cacao? Si viven
en esto.
A
un picado -seguí pensando- se le puede meter cualquier cosa y después? Con
decir, yo no me acuerdo, o si no, yo no sé, se ha de haber dormido don Chemita
¡Carajo! ¡Qué vaina! Porque además es verdad que si me duermo y me voy al agua,
me ahogo, yo no sé nadar. Y bueno, dirán. A
quién
se le mete en la cabeza montarse en un bote, de noche, con un picado.
¡Dios
mío! ¡Qué horrible pensamiento se me vino! si a este hombre se le mete darme un
canaletazo.
Con
la oreja del canalete me hunde la cabeza y me mata de un solo. Como era de
noche –puede decir- lo agarró una rama de guaba y lo golpeó.
Y
aquí quién va a averiguar nada? Y si averiguan? Yo ya muerto? para qué?
Entonces
pensé hablarle, para coger confianza. Va a notar que tengo miedo -pensé- Mejor
espero que él me hable y así me estuve cavilando, hasta que al rato, me dice:
-Don
Chernitá y ya vendió todas las alhajas que trajo?
Carojo, -pensé yo- este está averiguando si traigo alhajas
-Todas
las vendí -le respondí, rápido-.
-Yo
necesito comprar una esclavita. Se la quería regalar a una jaña que tengo
-dijo-, y ¡jua! ¡jua! -se rió.
Voy a cambiar de conversación, pensé.
Y
vos sos de aquí, Saturnó -le pregunté
–No
-¡Ah..!
-Yo
soy del Arenal -dijo enseguida. Aquí he vivido,
sí.
-Tenés
aquí a tu mujer y tus hijos?
-Los hijos se murieron
-¡Ah
!
-¡Quién
sabe! -dijo- Se morían cuando iban naciendo.
-Alguna
enfermedad -le dije yo.
-¡Jua!
¡Jua! -se rió
-¡Carajo!
-dije yo.--- ¡Qué feo se ríe este hombre!
Seguimos callados, se veían unos relámpagos como que iba a llover.
-Don
Chemitá -me dice al rato- Ya estoy picado.
Mejor nos arrimamos por ay, a ver si duermo un ratito, y luego seguimos. Parece
que ya va a empezar a llover
¡
Ehs! -me dije yo- Ahora si se pone peor la cosa. Este me puede matar aquí y me
deja allí tirado en el monte.
-Es
mejor que sigamos -le dije
--No
-dijo él- quiero echar un peloncito.
Sentí
el ruido del bote al entrar la proa en
el lodo de la orilla. Yo me quedé donde estaba y empecé a rezar. Me
acordé de mis pecados. De suerte que yo no le he hecho mal a nadie. Es verdad
que he vivido del comercio, pero esto
es un “te quito" y “me quitas”,
Ud conoce este negocio y además, no le pagan a uno todas las aflicciones.
Bueno
pues, al rato ya estaba roncando el hombre, bien dormido. Y ahora era otra
pena, empecé a tener miedo de verme solito y el terror de que si me agarraba de
un gamalote, lo menos que podía encontrar
era una culebra y si no me agarraba, la corriente nos arrastraba, hasta ir a dar
a un banco de arena y allí acabar mis días
-Don
Chemitá -me dice al rato..- Ud le tiene miedo a las culebras?
-Pues, ¡sí! -le dije.
-Aquí
hay muchas Ud conoce la Barba Amarilla? Pues mata a una danta. Y la Toboba? Pues pica, y después uno se hincha como un
tronco. Una Toboba mató a un tío mío. Y Ud conoce al patotoboba?
-No
-le respondí, molesto de su
conversación
-Pues es igualito a un patito, mediano y cenizo, anda a las orillas, y es igual al piquete de una culebra.
-Y
anda de noche? -le pregunté preocupado
-Pues,
casualmente solo de noche -me dijo.
Que
va! -pensé yo- nunca he oído que un ave sea venenosa.
Pero en fin, ya sé, este hombre me quiere meter en
miedo.
Pero
yo no tengo miedo.
Empezó
a llover y yo tenía frío ¡Dios mío! -dije- si salgo bien de aquí le voy a dar
cien pesos al cura de San Carlos para que arregle la pared de atrás de la Iglesia
y cincuenta pesos para los pobres y cincuenta
pesos más para las monjitas del Hospicio de Granada. Ya suman doscientos pesos,
-pensé, haciendo la cuenta- Qué? -dije, apartando las ideas mesquinas, que a
uno se le vienen ¡Promesa es promesa! El hombre estaba dormido otra vez, llovía más recio. Yo, francamente me sentía ya medio muerto. Veía luces en el monte, oía ruidos
horribles adentro de la montaña. A veces me parecía que volaban serpientes en
el aire. ¡Don Saturno! ¡Don Saturno! -lo llamé varias veces, pero
el hombre estaba
bien sorneado.
A
mí me empezó a doler un brazo ¡Caramba! Y es el brazo izquierdo ¡Al lado del corazón! ¡Me va venir un ataque! -pensé- Tan
bruto, que nunca fui donde el doctor, por no pagar los cincuenta pesos pero es que uno tiene que trabajar, y no queda
tiempo. Ahora prometo que voy a ir.
Estaba
temblando, me dolía la nuca y la parte de atrás de la cabeza y también tenía una pierna entumida ¡Este es
parálisis! -pensé- Aquí acabé mis días. Y si pierdo la yoz?
-¡Saturno!
¡Saturno! –grite.
Pues
todavía puedo hablar -me dije. Pero si perdiera la voz, o si me agarrara un animal? Qué cuenta se va o dar este picado? Y los reales que
tengo en la bolsa? Se van a perder. Mejor los voy a sacar de la bolsa,
pero si los dejo aquí en el bote. Quién va a saber? Allí se van a estar hasta
qué los tiren cuando achiquen el bote.
Estaba
muy nervioso. Sentí calambres en todo el cuerpo, no sé, me pesaba la cabeza y
la rabadilla y me dormí.
Me dormí acabado hasta venir a despertarme de un brinco.
¡Algo
me despertó! ¡Qué susto!
Cogido
de la mura del bote y casi echado sobre mí estaba la cara de Saturno ¡Ay! ¡Ay! –grité.
-¡Jua!
¡Jua! -se rió Saturno con sus grandes dientes de clavija. ¡ Echée! -me señaló
con la mano.
-¡San
Carlos! ¡San Carlos! -grité divisando al puerto.
¡Qué
dicha! ¡Estábamos frente a San Carlos! Habíamos dormido allí nomasito del
puerto.
-Es
que anoche no quise meterme al lago –me dijo ¡No ve que había mucho viento!
-¡Caramba,
Saturno! -le dije ¡Qué bien pensado!
Este
es un hombre bueno -pensé enseguida. Él es
un picado, verdad, pero como me dijo la Señora de Upala, buen hombre y sobre todo honrado.
Así
fue que atravesamos en solo la mañanita el lago y a las ocho estábamos en el
muelle de las gordas. Allí nomás arreglé el descargue y ordené que me pasaran
los sacos a la bodega del Ferrocarril para manifestarlos en el Vapor Victoria y
loco de contento me
traje a Saturno a comer.
Saturno
me quedó viendo.
-Ah,
sí! -dije riéndome. Sírvamele un buen trago y después su desayuno.
Después
que comimos le pagué. Doce pesos me cobró por el viaje, yo le regalé diez pesos
más y todavía me lo llevé a mi pieza y le di un par de botas que
tenía todavía buenas, una camisa kaquis y un sombrero. Le recomendé que no volviera a beber, Saturno me quedó
viendo y después se rió. Lo fui a dejar hasta el muelle y
se fue contento.
Aquel
día yo me apuré para hacer todas mis evoluciones.
Vendí
bien parte del cacao y los
frijoles. A las tres, me alisté y me
fui para el barco que estaba fondiado bastante afuera. Me fui en la gasolina de
Chepe Rayo. Antes, el vapor Victoria se quedaba bien afuera, por las Balsillas
Se acuerda? Dos horas era lo menos que uno
tenía que navegar para coger el Vapor.
Yo
iba alegre y no quería acordarme de todo lo de la noche anterior. Cuando ya
íbamos bastante afuera, dice Chepe Rayo: Allá diviso un bote que va solo. Me
levanto yo y ¡Claro que lo reconocí! ¡El bote de Saturno! ¡pobre Saturno! Se picó,
se picó con los reales que le dí ¡él era tan bueno, pero tan picado! Le ha de
haber soplado viento, y el
hombre bien picado cayó al agua.
¡Vamos!
-grité- ¡Vamos al bote! Y viramos a un lado. El remolcador volaba ¡Más rápido!
-les decía yo. El remolcador
dio la vuelta. El bote estaba solo. Apagamos el motor y nos acercamos canaleteando ¡Pobre Saturno! ¡pobre!
Cuando
ya nos acercamos hasta llegar ¡Qué
susto el mío!
-¡Carajo!
-grité yo.
En
él plan del bote estaba echado Saturno, bien picado y cuando me vio ¡Jua! ¡Jua! -se rió enseñando los grandes
dientes como clavijas.
El
hombre que estaba con don Chemita nos volvió a ver riéndose.
Yo también volví a ver a mi compañero que se había quedado ido oyendo a don
Chemita
-Te
gustó? -le pregunté
-¡Claro
hombré!
-Esto
está bueno para un cuento tuyo.
-Sí
-me dijo.
Y
lo escribió.
Cuentos de tierra y agua